Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
República de Weimar
La abdicación del Kaiser Guillermo II, el fin de la guerra y la desaparición del II Reich desembocaron en la creación de la República de Weimar, denominada así por la localidad donde se instituyó. Duraría unos 15 años que transcurrieron en su mayor parte bajo constantes tensiones económicas, sociales y políticas. Dos fueron sus presidentes: Ebert (1918-1925) y Hindenburg (1925-1934).
La República se organizó sobre la base de la Constitución de 1919, proclamada en Weimar, una de las más progresistas de la época. Establecía un parlamento de dos Cámaras y un régimen federal de carácter presidencialista que otorgaba al presidente, elegido por sufragio universal, especiales poderes para gobernar mediante decretos, en casos de emergencia. De hecho, el papel del presidente representaba una auténtica alternativa de poder respecto al parlamento. La Constitución sancionaba, por otra parte, una serie de libertades y derechos de carácter social y económico que constituyeron un claro precedente al llamado "Estado de bienestar".
La República de Weimar se enfrentó a serias dificultades que finalmente precipitaron su desaparición en 1933. La primera de ellas fue la frágil base política sobre la que se fundó. Fueron los socialdemócratas, apoyados por los liberales y el centro católico, los que sacaron adelante la Constitución, en tanto que la izquierda (comunistas y otros grupos), así como la extrema derecha (nazis) la atacaron desde posturas contrapuestas. A medida que la situación económica y social se fue deteriorando, liberales y católicos fueron retirando su apoyo a las instituciones republicanas, en tanto los nazis incrementaban su fuerza.
La segunda dificultad que hubieron de encarar los gobiernos republicanos, especialmente bajo el mandato del presidente Ebert, fue la cuestión de las indemnizaciones que Alemania estaba obligada a pagar a los vencedores de la Gran Guerra (unos 132 000 millones de marcos-oro a pagar en 30 años).
La interrupción del pago de esas cantidades dio lugar a la invasión de la cuenca del Ruhr por un ejército franco-belga. La resistencia pasiva alentada por el gobierno alemán y la asunción de su coste por el Estado desencadenaron un proceso de hiperinflación que puso en serios aprietos la economía alemana.
Además de las indemnizaciones, ricos territorios en yacimientos minerales y muy industrializados pasaron a manos de los vencedores. Alsacia y Lorena fueron transferidas a Francia que las había perdido en 1870 tras la guerra franco-prusiana, y una parte de Prusia fue adjudicada al recién creado estado de Polonia. Las colonias de ultramar se repartieron entre Francia, Reino Unido, Bélgica, Japón y Australia. Estas cuestiones asociadas al fin de la guerra recayeron sobre las espaldas de los primeros gobernantes republicanos, acusados por la derecha y los militares de haber traicionado al país, asestándole una "puñalada en la espalda".
La tercera dificultad que lastró la acción de la República fue su incapacidad para granjearse el apoyo de los ciudadanos. Su marcada política industrialista le sustrajo las simpatías de los sectores agrícolas; por su parte, las clases medias, muy perjudicadas por el bache económico de la posguerra y la ulterior crisis de 1929, también le volvieron la espalda.
Un sector de la clase obrera más radical, la representada por el Partido Comunista (KPD), simpatizante con el izquierdismo bolchevique, acusó a los gobiernos republicanos en general y a los socialdemócratas en particular, de defender exclusivamente los intereses de la burguesía y protagonizó una revolución comunista en Berlín (1 de enero de 1919), capitaneada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
La revolución Espartaquista fue duramente reprimida por el gobierno del presidente Ebert, quien se valió de la ayuda de antiguos militares imperiales y de grupos de extrema derecha, los "freikorps". Los grandes grupos industriales y capitalistas expresaron la necesidad de un Estado fuerte capaz de garantizar sus intereses económicos y plantar cara a las fuerzas sindicales y al "peligro bolchevique". La República se derechizó y cada vez fue más tolerante con los sectores golpistas nazis, permitiendo actuar con relativa impunidad a las milicias paramilitares de las SA y las SS.
Finalmente, el crac de 1929 y la consiguiente Gran Depresión destruyeron el escaso prestigio que gozaba la institución republicana. El desempleo se cebó en amplios sectores de la sociedad, alcanzando la cifra de los casi 8 millones de parados en 1931. El 30 de enero de 1933 Hindenburg nombró canciller (jefe de gobierno) a Hitler, que poco tiempo después suprimió la democracia y con ello la República de Weimar.
Fuente:
http://www.claseshistoria.com/fascismos/demoalemania.htm
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