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miércoles, 28 de diciembre de 2016

''Año nuevo'', Pedro Antonio de Alarcón. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Año nuevo

Pedro Antonio de Alarcón

 

 

Cuando ciertos días del año, al tiempo de vestiros, reparáis en que el chaleco no pesa lo suficiente, y os preguntáis con asombro: «¿Qué he hecho yo de la paga de este mes?», acuden a vuestra imaginación tan pocas cosas dignas de aprecio, que apenas halláis haber disfrutado placeres o adquirido mercancías equivalentes a tres reales de vellón.

 

Pues lo mismo acontece cuando, en la más melancólica de las noches (la noche de San Silvestre, confesor y papa), os preguntáis con melancólica extrañeza: «¿Qué he hecho de los 365 días y seis horas de este año?»

 

Y es que, en la una como en la otra ocasión, sólo recuerda vuestra memoria cuatro estremecimientos de tal o cual especie; corbatas que se rompieron; guantes que se ensuciaron; embriagueces de amor o de vino que se disiparon a las pocas horas; días de gloria o de regocijo, que terminaron en su infalible noche; conversaciones que se llevó el aire; ratos de frío y de calor; mucho desnudarse y vestirse; mucho acostarse y levantarse; mucho comer y volver a tener apetito; mucho dormir; mucho soñar; haber llorado algunos días, creyendo un dolor eterno; haber reído y gozado más que nunca pocos días después; soles de primavera que se pusieron; lluvias que cayeron y se secaron... ¿Y qué más? —¡Nada más! ¡Y lo mismo siempre! ¡Y el año pasado como el anterior! ¡Y el año que llega como el que acaba de pasar! ¡Y todo so pena de morirse!

 

¡Ay! los años son cifras hechas en el aire con el dedo. —La vida es una lucha con la muerte, lucha en que el hombre se bate en retirada hasta que la muerte lo pone en la del rey y le da con la puerta en los hocicos—. O, por mejor decir, no hay vida ni muerte, sino que la muerte es el olvido de la vida, como la vida es el olvido de la muerte.

 

Encuentro a un niño, y le pregunto:

 

— ¿Adónde vas?

— ¡Voy a la vida! —me responde con ansia y curiosidad.

 

Encuentro a un anciano, y le pregunto:

 

—¿De dónde vienes?

— Vengo de la vida... —me contesta melancólicamente.

 

Recorro entonces (recorriendo estoy ahora) los años que median entre niño y anciano, diciéndome: « ¡Aquí debe de estar la vida!», y busco, y miro, y palpo, y encuentro que la vida es un centenar de pórticos que se suceden en forma de galería, y encima de los cuales se lee, en los cincuenta primeros: Mañana... mañana... MAÑANA..., y en los cincuenta últimos: AYER... AYER... AYER... — Me paro entre el último mañana y el primer ayer, y tiendo los brazos, y digo: «Este es el apogeo de la existencia. Aquí vienen o de aquí toman todos los peregrinos. ¡Veamos el objeto de tan penoso viaje! Ayer... esperaba: mañana... recordaré. «Por consiguiente, entre estos dos pórticos está la vida... Y me hallo solo conmigo mismo, abrazando contra mi corazón la sombra y el vacío, consumiendo un día cualquiera como el pasado y el futuro, esperando o recordando, pero nunca poseyendo... Y entonces no puedo menos de repetir aquel perpetuo aviso que un panadero puso a la puerta de su tienda: «Hoy no se fía; mañana sí.»

 

 

Para leer el cuento completo:

 

http://albalearning.com/audiolibros/alarcon/anuevo.html

 

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¡Feliz año nuevo!

¡Feliz año nuevo para todos!



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miércoles, 21 de diciembre de 2016

''Cuento de Navidad'', Vladimir Nabokov



Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

 

Cuento de Navidad

Vladímir Nabokov

 

 

 

Se hizo el silencio. La luz de la lámpara iluminaba despiadadamente el rostro mofletudo del joven Anton Golïy, vestido con la tradicional blusa rusa campesina abotonada a un lado bajo su chaqueta negra, quien, nervioso y sin mirar a nadie, se disponía a recoger del suelo las páginas de su manuscrito que había desperdigado aquí y allá mientras leía. Su mentor, el crítico de Realidad Roja, miraba el suelo mientras se palpaba los bolsillos buscando una cerilla. También el escritor Novodvortsev guardaba silencio, pero el suyo era un silencio distinto, venerable. Con sus quevedos prominentes, su frente excepcionalmente grande y dos mechones ralos colocados de través sobre la calva tratando de ocultarla, estaba sentado con los ojos cerrados como si todavía siguiera escuchando, con las piernas cruzadas sobre una mano embutida entre la rodilla y una de las lorzas de su muslo. No era la primera vez que se veía sometido a este tipo de sesiones con sedicentes novelistas rústicos, ansiosos y tristes. Y tampoco era la primera vez que había detectado en sus inmaduras narrativas, ecos —que habían pasado inadvertidos para los críticos— de sus veinticinco años de escritura, porque la historia de Golïy era un torpe refrito de uno de sus propios temas, el de El Filo, una novela corta que había compuesto lleno de esperanza y de entusiasmo, y cuya publicación el pasado año no había logrado en absoluto acrecentar su segura aunque pálida reputación.

 

El crítico encendió un cigarrillo. Golïy, sin alzar la vista, guardó el manuscrito en su cartera. Pero su anfitrión se mantenía en silencio, no porque no supiera cómo enjuiciar el relato, sino porque esperaba, dócil y también aburrido, que el crítico finalmente se decidiera a pronunciar las frases que él, Novodvortsev, no se atrevía ni siquiera a insinuar: que el argumento era un tema de Novodvortsev, que también procedía de Novodvortsev la imagen aquella del personaje principal, un tipo taciturno, dedicado en cuerpo y alma a su padre, un hombre trabajador, que logra una victoria psicológica sobre su adversario, el despreciable intelectual, no tanto en razón de su educación, sino gracias a una especie de serena fuerza interior. Pero el crítico encorvado en el sillón de cuero como un gran pájaro melancólico se empecinaba desesperadamente en su silencio.

 

Cuando Novodvortsev se dio cuenta de que una vez más no iba a oír las palabras esperadas, mientras trataba de concentrar su pensamiento en el hecho de que, después de todo, el aspirante a escritor había ido hasta él, y no hasta Neverov, para solicitar su opinión, cambió de postura, volvió a cruzar las piernas metiendo la mano entre las mismas, y dijo con toda seriedad: "Veamos", pero al observar la vena que se hinchaba en la frente de Golïy, cambió de tono y siguió hablando con voz tranquila y controlada. Dijo que la historia estaba sólidamente construida, que el poder de lo colectivo se advertía en el episodio en el que los campesinos empiezan a construir una escuela con sus propios medios; que, en la descripción del amor que Pyotr siente por Anyuta, había ciertas imperfecciones de estilo que no lograban acallar sin embargo el reclamo poderoso de la primavera y la urgencia del deseo y, mientras hablaba, no dejaba de recordar por alguna razón que había escrito a aquel crítico recientemente, para recordarle que su vigésimo quinto aniversario como escritor era en enero, pero que le rogaba categóricamente que no se organizara ninguna conmemoración, teniendo en cuenta que sus años de dedicación al sindicato todavía no habían acabado…

 

—En cuanto al tipo de intelectual que has creado, no acaba de ser convincente —decía—. No logras transmitir la sensación de que está condenado…

 

El crítico seguía sin decir nada. Era un hombre pelirrojo, enjuto y decrépito, del que se decía que estaba tuberculoso, pero que probablemente era más fuerte que un toro. Le había contestado, también por carta, que aprobaba la decisión de Novodvortsev, y allí se había acabado el asunto. Debía de haber traído a Golïy como compensación secreta… Novodvortsev se sintió de improviso tan triste —no herido, sólo triste— que dejó de hablar de pronto y empezó a limpiar las gafas con el pañuelo, dejando al descubierto unos ojos muy bondadosos.

 

El crítico se puso en pie.

 

—¿Adónde vas? Todavía es temprano —dijo Novodvorstsev, levantándose a su vez. Anton Goïly se aclaró la garganta y apretó su cartera contra el costado.

—Será un escritor, no hay duda alguna —dijo el crítico con indiferencia, vagando por el cuarto y apuñalando el aire con su cigarrillo ya acabado. Canturreaba entre dientes, con cierto tono de asperidad, se inclinó sobre la mesa de trabajo y luego se quedó un rato mirando una estantería donde una edición respetable de Das Kapital ocupaba su lugar entre un volumen gastado de Leonid Andreyev y un tomo anónimo sin encuadernar; finalmente, con el mismo paso cansino, se acercó a la ventana y abrió la cortina azul.

—Venga a verme alguna vez —decía mientras tanto Novodvortsev a Anton Golïy, que primero se inclinó a saludarle con torpeza para después erguirse como con altanería—. Cuando escriba algo nuevo, tráigamelo.

—Una buena nevada —dijo el crítico, dejando caer la cortina—. Por cierto, hoy es Nochebuena.

 

 

Para leer el cuento completo:

 

http://www.cuentosinfin.com/cuento-de-navidad/

 

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sábado, 17 de diciembre de 2016

Feliz Navidad

¡Felices fiestas para todos!


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''Cuento de Navidad'', Guy de Maupassant.

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Cuento de Navidad

Guy de Maupassant

 

 

 

El doctor Bonenfantes forzaba su memoria, murmurando:

 

—¿Un recuerdo de Navidad?… ¿Un recuerdo de Navidad?…

 

Y, de pronto, exclamó:

 

"—Sí, tengo uno, y por cierto muy extraño. Es una historia fantástica, ¡un milagro! Sí, señoras, un milagro de Nochebuena.

 

"Comprendo que admire oír hablar así a un incrédulo como yo. ¡Y es indudable que presencié un milagro! Lo he visto, lo que se llama verlo, con mis propios ojos.

 

"¿Que si me sorprendió mucho? No; porque sin profesar creencias religiosas, creo que la fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas. Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago para no indignar a la concurrencia, por no disminuir el efecto de mi extraña historia.

 

"Confesaré, por lo pronto, que si lo que voy a contarles no fue bastante para convertirme, fue suficiente para emocionarme; procuraré narrar el suceso con la mayor sencillez posible, aparentando la credulidad propia de un campesino.

 

"Entonces era yo médico rural y habitaba en plena Normandía, en un pueblecillo que se llama Rolleville.

 

"Aquel invierno fue terrible. Después de continuas heladas comenzó a nevar a fines de noviembre. Amontonábanse al norte densas nubes, y caían blandamente los copos de nieve tenue y blanca.

 

"En una sola noche se cubrió toda la llanura.

 

"Las masías, aisladas, parecían dormir en sus corralones cuadrados como en un lecho, entre sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles gigantescos del fondo, también revestidos, parecían cortinajes blancos.

 

"Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil. Solamente los cuervos, a bandadas, describían largos festones en el cielo, buscando la subsistencia, sin encontrarla, lanzándose todos a la vez sobre los campos lívidos y picoteando la nieve.

 

"Sólo se oía el roce tenue y vago al caer los copos de nieve.

 

"Nevó continuamente durante ocho días; luego, de pronto, aclaró. La tierra se cubría con una capa blanca de cinco pies de grueso.

 

"Y, durante cerca de un mes, el cielo estuvo, de día, claro como un cristal azul y, por la noche, tan estrellado como si lo cubriera una escarcha luminosa. Helaba de tal modo que la sábana de nieve, compacta y fría, parecía un espejo.

 

"La llanura, los cercados, las hileras de olmos, todo parecía muerto de frío. Ni hombres ni animales asomaban; solamente las chimeneas de las chozas en camisa daban indicios de la vida interior, oculta, con las delgadas columnas de humo que se remontaban en el aire glacial.

 

"De cuando en cuando se oían crujir los árboles, como si el hielo hiciera más quebradizas las ramas, y a veces desgajábase una, cayendo como un brazo cortado a cercén.

 

"Las viviendas campesinas parecían mucho más alejadas unas de otras. Vivíase malamente; cada uno en su encierro. Sólo yo salía para visitar a mis pacientes más próximos, y expuesto a morir enterrado en la nieve de una hondonada.

 

"Comprendí al punto que un pánico terrible se cernía sobre la comarca. Semejante azote parecía sobrenatural. Algunos creyeron oír de noche silbidos agudos, voces pasajeras. Aquellas voces y aquellos silbidos los daban, sin duda, las aves migratorias que viajaban al anochecer y que huían sin cesar hacia el sur. Pero es imposible que razonen gentes desesperadas. El espanto invadía las conciencias y se aguardaban sucesos extraordinarios.

 

"La fragua de Vatinel hallábase a un extremo del caserío de Epívent, junto a la carretera intransitada y desaparecida. Como carecían de pan, el herrero decidió ir a buscarlo. Entretúvose algunas horas hablando con los vecinos de las seis casas que formaban el núcleo principal del caserío; recogió el pan, varias noticias, algo del temor esparcido por la comarca, y se puso en camino antes de que anocheciera.

 

"De pronto, bordeando un seto, creyó ver un huevo sobre la nieve, un huevo muy blanco; inclinose para cerciorarse; no cabía duda; era un huevo. ¿Cómo se hallaba en tan apartado lugar? ¿Qué gallina salió de su corral para ponerlo allí? El herrero, absorto, no se lo explicaba, pero cogió el huevo para llevárselo a su mujer.

 

 

Para leer el cuento completo:

 

http://ciudadseva.com/texto/cuento-de-navidad/

 

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domingo, 11 de diciembre de 2016

''Vanka'', Anton Chejov. Cuento


Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Vanka

Anton Chejov

 

 

 

 

Vanka Chukov, un muchacho de nueve años, a quien habían colocado hacía tres meses en casa del zapatero Alojin para que aprendiese el oficio, no se acostó la noche de Navidad.

 

Cuando los amos y los oficiales se fueron, cerca de las doce, a la iglesia para asistir a la misa de Gallo, tomó del armario un frasco de tinta y un portaplumas con una pluma enrobinada, y, colocando ante él una hoja muy arrugada de papel, se dispuso a escribir.

 

Antes de empezar dirigió a la puerta una mirada en la que se pintaba el temor de ser sorprendido, miró el icono oscuro del rincón y exhaló un largo suspiro.

 

El papel se hallaba sobre un banco, ante el cual estaba él de rodillas.

 

«Querido abuelo Constantino Makarich —escribió—: Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de la Navidad y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti…

 

Vanka miró a la oscura ventana, en cuyos cristales se reflejaba la bujía, y se imaginó a su abuelo Constantino Makarich, empleado a la sazón como guardia nocturno en casa de los señores Chivarev. Era un viejecito enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina o bromeaba con los cocineros, y por la noche se paseaba, envuelto en una amplia pelliza, en torno de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no dormía y atemorizar a los ladrones. Lo acompañaban dos perros: Canelo y Serpiente. Este último se merecía su nombre: era largo de cuerpo y muy astuto, y siempre parecía ocultar malas intenciones; aunque miraba a todo el mundo con ojos acariciadores, no le inspiraba a nadie confianza. Se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia jesuítica.

 

Le gustaba acercarse a la gente con suavidad, sin ser notado, y morderla en las pantorrillas. Con frecuencia robaba pollos de casa de los campesinos. Le pegaban grandes palizas; dos veces había estado a punto de morir ahorcado; pero siempre salía con vida de los más apurados trances y resucitaba cuando lo tenían ya por muerto.

 

En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta, y mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, embromaría a los cocineros y a las criadas, frotándose las manos para calentarse. Riendo con risita senil les daría vaya a las mujeres.

 

—¿Quiere usted un polvito? —les preguntaría, acercándoles la tabaquera a la nariz.

 

Las mujeres estornudarían. El viejo, regocijadísimo, prorrumpiría en carcajadas y se apretaría con ambas manos los ijares.

 

Luego les ofrecería un polvito a los perros. El Canelo estornudaría, sacudiría la cabeza, y, con el gesto huraño de un señor ofendido en su dignidad, se marcharía. El Serpiente, hipócrita, ocultando siempre sus verdaderos sentimientos, no estornudaría y menearía el rabo.

 

El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve…

 

Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba.

 

Tomó de nuevo la pluma y continuó escribiendo:

 

«Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene. El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan; para comer, unas gachas de alforfón; para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al nene, que no me deja dormir con sus gritos… Abuelito: sé bueno, sácame de aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí me moriré.»

 

 

Para leer el cuento completo:

 

http://ciudadseva.com/texto/vanka/

 

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sábado, 3 de diciembre de 2016

''El mito de la doncella Ixquic'', en el Popol Vuh

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

"El mito de la doncella Ixquic", en el Popol Vuh

 

 

 

"Esta es la historia de una doncella, hija de un Señor llamado Cuchumaquic.

 

Llegaron (estas noticias) a oídos de una doncella, hija de un Señor. El nombre del padre era Cuchumaquic y el de la doncella Ixquic. Cuando ella oyó la historia de los frutos del árbol, que fue contada por su padre, se quedó admirada de oírla.

 

—¿Por qué no he de ver ese árbol que cuentan? Ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar.

 

A continuación se puso en camino ella sola y llegó al pie del árbol que estaba sembrado en Pucbal-Chah.

 

—¡Ah, —exclamó—, qué frutos son los que produce este árbol! ¿No es admirable ver cómo se ha cubierto de frutos? ¿Me he de morir, me perderé si corto uno de ellos? —dijo la doncella.

 

Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo:

 

—¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del árbol no son más que calaveras. —Así dijo la cabeza de Hun-Hunaphú dirigiéndose a la joven—. ¿Por ventura los deseas? —agregó.

 

—Sí los deseo —contestó la joven.

—Muy bien —dijo la calavera—. Extiende hacia acá tu mano derecha.

—Bien —replicó la joven, y levantando su mano derecha, la extendió en dirección a la calavera.

 

En ese instante la calavera lanzó un chisguete de saliva que fue a caer directamente en la palma de la mano de la doncella. Miróse ésta rápidamente con atención la palma de la mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano.

 

—En mi saliva y en mi baba te he dado mi descendencia —dijo la voz en el árbol—. Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de la carne. Así es la cabeza de los grandes príncipes, la carne es lo único que les da una hermosa apariencia. Y cuando mueren espántanse los hombres a causa de los huesos. Así es también la naturaleza de los hijos, que son como la saliva y la baba, ya sean hijos de un Señor, de un hombre sabio o de un orador. Su condición no se pierde cuando se van, sino se hereda; no se extingue ni desaparece la imagen del Señor, del hombre sabio o del orador, sino que la dejan a sus hijas y a los hijos que engendran. Esto mismo he hecho yo contigo. Sube pues, a la superficie de la tierra, que no morirás. Confía en mi palabra que así será, dijo la cabeza de Hun-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú.

 

Y todo lo que tan acertadamente hicieron fue por mandato de Huracán, Chipi-Caculhá u Raxa-Caculhá.

 

Volvióse en seguida a su casa la doncella después que le fueron hechas todas estas advertencias, habiendo concebido inmediatamente los hijos de su vientre por la sola virtud de la saliva. Y así fueron engendrados Hunaphú e Ixbalanqué.

 

Llegó, pues, la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertido su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic. Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, al observar que tenía hijo.

 

Reuniéronse en consejo todos los Señores Hun-Camé y Vucub Carné con Cuchumaquic.

 

—Mi hija está preñada, Señores; ha sido deshonrada —exclamó el Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores.

 

—Está bien —dijeron éstos—. Oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar, castígala; que la lleven a sacrificar lejos de aquí.

—Muy bien, respetables Señores —contestó.

 

A continuación interrogó a su hija:

 

—¿De quién es el hijo que tienes en el vientre, hija mía?

 

Y ella contestó:

 

—No tengo hijo, señor padre, aún no he conocido varón.

—Está bien, replicó. Positivamente eres una ramera. Llevadla a sacrificar, señores Ahpop Achih; traedme el corazón dentro de una jícara y volved hoy mismo ante los Señores, les dijo a los búhos.

 

Los cuatro mensajeros tomaron la jícara y se marcharon llevando en sus brazos a la joven y llevando también el cuchillo de pedernal para sacrificarla.

 

Y ella les dijo:

 

—No es posible que me matéis, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en el vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpú que estaba en Pucbal-Chah. Así pues, no debéis sacrificarme, ¡oh mensajeros! —dijo la joven dirigiéndose a ellos.

 

—¿Y qué pondremos en lugar de tu corazón? Se nos ha dicho por tu padre. "Traedme el corazón, volved ante los señores, cumplid vuestro deber y atended juntos a la obra, traedlo pronto en la jícara, poned el corazón en el fondo de la jícara". ¿Acaso no se nos habló así? ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien quisiéramos que no murieras —dijeron los mensajeros.

 

—Muy bien, pero este corazón no les pertenece a ellos. Tampoco debe ser aquí vuestra morada, ni debéis tolerar que os obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente vuestros los verdaderos criminales y míos serán en seguida Hun-Camé y Vucub-Camé. Así, pues, la sangre y sólo la sangre será de ellos y estará en su presencia. Tampoco puede ser que este corazón sea quemado ante ellos. Recoged el producto de este árbol —dijo la doncella.

 

El jugo rojo brotó del árbol, cayó en la jícara y en seguida se hizo una bola resplandeciente que tomó la forma de un corazón hecho con la savia que corría de aquel árbol encarnado. Semejante a la sangre brotaba la savia del árbol, imitando la verdadera sangre. Luego se coaguló allí dentro la sangre o sea la savia del árbol rojo, y se cubrió de una capa muy encendida como de sangre al coagularse dentro de la jícara, mientras que el árbol resplandecía por obra de la doncella. Llamábase árbol rojo de grana pero (desde entonces) tomó el nombre de Árbol de la Sangre porque a su savia se le llama la Sangre.

 

—Allá en la tierra seréis amados y tendréis lo que os pertenece, dijo la joven a los búhos.

 

—Está bien, niña. Nosotros nos iremos allá, subiremos a servirte; tú, sigue tu camino mientras nosotros vamos a presentar la savia en lugar de tu corazón ante los Señores —dijeron los mensajeros.

 

Cuando llegaron a presencia de los Señores, estaban todos aguardando.

 

— ¿Se ha terminado eso? —preguntó Hun-Camé.

 

—Todo está concluido, Señores. Aquí está el corazón en el fondo de la jícara.

—Muy bien. Veamos —exclamó Hun Carné. Y cogiéndolo con los dedos lo levantó, se rompió la corteza y comenzó a derramarse la sangre de vivo color rojo.

—Atizad bien el fuego y ponedlo sobre las brasas —dijo Hun-Camé.

 

En seguida lo arrojaron al fuego y comenzaron a sentir el olor los de Xibalbá, y levantándose todos se acercaron y ciertamente sentían muy dulce la fragancia de la sangre.

 

Y mientras ellos se quedaban pensativos, se marcharon los búhos, los servidores de la doncella, remontaron el vuelo en bandada desde el abismo hacia la tierra y los cuatro se convirtieron en sus servidores.

 

Así fueron vencidos los Señores de Xibalbá. Por la doncella fueron engañados todos."

 

 

Fuente:

 

http://www.yonderliesit.org/aztlan/?p=993

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://www.samaelgnosis.net/sagrados/pdf/popol_vuh.pdf

 

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