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martes, 24 de noviembre de 2015

Red Flor de Lis / Entradas en el Blog de la Red de la Flor de Lis y Eventos


 

Actividades de la Red de la Flor de Lis

 


A pedido del Público: Nuevamente el Taller "Re-Nacer"

 

Re- Nacer es volver a los secretos del cielo, que ahora están para toda la humanidad.

Son tiempos para integrarnos con nuestro "Yo Soy" y recibir las bendiciones del creador "Yo Soy el que Yo Soy" sin distorsiones, a través de nuestro eje multidimensional del ser. 

El tiempo de Volver al Árbol de la Vida es ahora. El Jardín del Edén espera.

"CONOCER ES CONECTAR"

Nos creímos que el viaje era fuera de nosotros y sobre todo DURO, SACRIFICADO Y COMPLICADO, además para unos pocos, ¡PUES NO es así!

RE-NACER en nosotros mismos es un viaje interior, en el que todos tenemos la LLAVE, donde la transformación y el acceso a la manifestación se da de una manera simple, date el permiso para integrarte a ese espacio interior en donde CREAS todo aquello que ELIGES!!


RE NACER es nacer en consciencia de nuestra Divina 
Presencia "YO SOY EL QUE YO SOY"

En el taller "Re-Nacer", aprenderemos a vaciarnos para recibir, para poder recuperar nuestro ADN cuántico perdido o sumergido en la matriz divina. Hay que limpiar la cáscara que lo cubre, que lo mantiene encapsulado hasta que estemos listos para sostener la alta velocidad que emite. ¡El tiempo es ahora!

INTEGRAR, INICIAR EL NUEVO INSTANTE!!!!

!DE LA COPA AL CALIZ DEL CALIZ AL SANTO GRIAL!!

Facilitado por Ursula Piaggio

Ursula es cantante lírica y utiliza la herramienta de su voz para invocar a los coros angélicos para llegar al origen, el creador y recibir sus bendiciones.


Fecha: Domingo 29 de noviembre
Horario: De 10:00am a 6:00pm
Informes y Reservas: urpiaggio@gmail.com
Teléfono: 99 4142577
Costo del Taller: 300 soles. Descuento especial para suscriptores de la Red de la Flor de Lis 200 soles. Utilizar cupón de descuento: "Flor de Lis 88"


Entradas en el Blog de la Red de la Flor de Lis

 

"La Energía Vital y Cómo la Desperdiciamos"

Karina Sandoval habla a través del videoblog de la Red de la Flor de Lis acerca de la energía vital y cómo solemos perderla, lo que no nos permite crear las realidades deseadas para nuestras vidas.

Artículos

"Creándo ángeles y demonios"
"El Arte de Desnudarse"
Ja, Ja, Ja
Empollando un Huevo de Obsidiana


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domingo, 22 de noviembre de 2015

''Tomochic'', Heriberto Frías. Relato

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

 

Tomochic

Heriberto Frías

 

 

 

Capítulo primero

 

 

 

Los rayos de un sol deslumbrante y abrasador caían a plomo sobre la destartalada plaza, completamente desierta.

 

Era n las dos de la tarde.

 

En el extremo de una de las calles que desembocan en aquel paraje, Miguel Mercado, joven subteniente del noveno batallón, vestido con su uniforme de dril, los zapatos blancos de polvo y flotándole sobre la espalda el paño de sol, contemplaba perplejo, los portales que se extendían a su izquierda.

 

A su frente había paredones viejos, mu y viejos a su derecha, la iglesia cuya vetusta y fea torre chaparrona recortaba con su tosco perfil el azul obscuro del cielo. Al lado del atrio pequeño y sucio, casas de limpias fachadas.

 

En el centro de la plaza, una banqueta en cuadro resplandecía entre ocho o diez arbolillos escuetos que alargaban tristemente sus varejones.

 

Miguel, arrugado el entrecejo de su rostro imberbe, quemado por el sol, contempló con aire de aburrimiento y cólera la desolación de aquella placeta, única que existe en Ciudad Guerrero.

 

Venía muerto de hambre y buscaba una fonda o una tienda donde saciar su voracidad canina. Con movimiento rápido y brusco recomenzó la marcha hacia el portal, dando grandes zancadas y haciendo sonar su espada con un tintineo argentino y constante.

 

En él vio al fin muchos tendajos, cuyos armazones estaban poblados de botellas.

 

Entró en una tienda de dos puertas atestada de hombres de blusas blancas, pantalones de tela burda y calzando teguas de gamuza.

 

Pidió una copa de tequila que le sirvieron al lado de un vaso con agua.

 

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

 

http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080029795/1080029795.PDF



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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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domingo, 15 de noviembre de 2015

''El apóstol'', Ricardo Flores Magón. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

El apóstol

Ricardo Flores Magón

 

 

 

Atravesando campos, recorriendo carreteras, por sobre los espinos, por entre los guijarros, la boca seca por la sed devoradora, así va el Delegado Revolucionario en su empresa de catequismo, bajo el sol, que parece vengarse de su atrevimiento arrojando sobre él sus saetas de fuego; pero el Delegado no se detiene, no quiere perder un minuto. De alguna que otra casuca salen, a perseguirlo, perros canijos, tan hostiles como los miserables habitantes de las casucas, que ríen estúpidamente al paso del apóstol de la buena nueva.

 

 El Delegado avanza; quiere llegar a aquel grupo de casitas simpáticas que relucen en la falda de la alta montaña, donde —se le ha dicho— hay compañeros. El calor del sol se hace insoportable; el hambre y la sed lo debilitan tanto como la fatigosa caminata; pero en su cerebro lúcido la idea se conserva fresca límpida como el agua de la montaña bella como una flor sobre la cual no puede caer la amenaza del tirano. As es la idea: inmune a la opresión.

 

 El Delegado marcha, marcha. Los campos yermos le oprimen el corazón. ¡Cuántas familias vivirían en la abundancia si esas tierras no estuvieran en poder de unos cuantos ambiciosos! El Delegado sigue su camino, una víbora suena su cascabel bajo un matorro polvoriento; los grillos llenan de rumores estridentes el caldeado ambiente; una vaca muge a lo lejos.

 

Por fin llega el Delegado al villorrio, donde —se le ha dicho— hay compañeros. Los perros, alarmados, le ladran. Por las puertas de las casitas asoman rostros indiferentes. Bajo un portal hay un grupo de hombres y de mujeres. El apóstol se acerca; los hombres fruncen las cejas; las mujeres le ven con desconfianza.

 

—Buenas tardes, compañeros, dice el Delegado.

 

Los del grupo se miran unos a los otros. Nadie contesta el saludo. El apóstol no se da por vencido y vuelve a decir:

 

—Compañeros, vengo a daros una buena noticia: la Revolución ha estallado.

 

Nadie le responde; nadie despega los labios; pero vuelven a mirarse unos a los otros, los ojos tratando de salirse de sus órbitas.

 

—Compañeros, continúa el propagandista, la tiranía se bambolea; hombres enérgicos han empuñado las armas para derribarla, y sólo se espera que todos, todos sin excepción, ayuden de cualquier manera a los que luchan por la libertad y la justicia.

 

Las mujeres bostezan; los hombres se rascan la cabeza; una gallina pasa por entre el grupo, perseguida por un gallo.

 

—Compañeros— continúa el infatigable propagandista de la buena nueva—, la libertad requiere sacrificios; vuestra vida es dura; no tenéis satisfacciones; el porvenir de nuestros hijos es incierto. ¿Por qué os mostráis indiferentes ante la abnegación de los que se han lanzado a la lucha para conquistar vuestra dicha, para haceros libres, para que vuestros hijitos sean más dichosos que vosotros? Ayudad, ayudad como podáis; dedicad una parte de vuestros salarios al fomento de la Revolución, o empuñad las armas si así lo preferís; pero haced algo por la causa; propagad siquiera los ideales de la gran insurrección.

 

El Delegado hizo una pausa. Un águila pasó meciéndose en la limpia atmósfera, como si hubiera sido el símbolo del pensamiento de aquel hombre que, andando entre los cerdos humanos, se conservaba muy alto, muy puro, muy blanco.

 

Las moscas, zumbando, entraban y salían de la boca de un viejo que dormitaba. Los hombres, visiblemente contrariados, iban desfilando de uno en uno; las mujeres se habían marchado todas. Por fin se quedó solo el Delegado en presencia del viejo que dormía su borrachera y de un perro que lanzaba furiosas tarascadas a las moscas que chupaban su sarna. Ni un centavo había salido de aquellos sórdidos bolsillos, ni un trago de agua se había ofrecido a aquel hombre firmísimo, que, lanzando una mirada compasiva a aquella madriguera del egoísmo y de la estupidez, encaminóse hacia otra casita. Al pasar frente a una taberna pudo ver a aquellos miserables con quienes había hablado, apurando sendos vasos de vino, dando al burgués lo que no quisieron dar a la Revolución, remachando sus cadenas, condenando a la esclavitud y a la vergüenza sus pequeños hijos, con su indiferencia y con su egoísmo.

 

 

La noticia de la llegada del apóstol se había ya extendido por todo el pueblo, y, prevenidos los habitantes, cerraban las puertas de sus casas al acercarse el Delegado. Entretanto un hombre, que por su traza debería ser un trabajador, llegaba jadeante a las puertas de la oficina de policía.

 

—Señor, dijo el hombre al jefe de los esbirros, ¿cuánto da usted por la entrega de un revolucionario?

—Veinte reales —dijo el esbirro.

 

El trato fue cerrado; Judas ha rebajado la tarifa. Momentos después un hombre, amarrado codo con codo, era llevado a la cárcel a empellones. Caía, y a puntapiés lo levantaban los verdugos entre las carcajadas de los esclavos borrachos. Algunos muchachos se complacían en echar puñados de tierra a los ojos del mártir, que no era otro que el apóstol que había atravesado campos, recorrido carreteras, por sobre los espinos, por entre los guijarros, la boca seca por la sed devoradora; pero llevando en su cerebro lúcido, la idea de la regeneración de la raza humana por medio del bienestar y la libertad.

 

Regeneración, 4ta. Época, núm. 19, 7 de enero de 1911; p. 2.

 

 

 

Fuente:

 

http://www.bsolot.info/wpcontent/uploads/2011/04/Flores_Magon_Ricardo-Cuentos_revolucionarios.pdf

 


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domingo, 1 de noviembre de 2015

''La migala'', Juan José Arreola. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

 

La migala

Juan José Arreola

 

 

 

 

 

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

 

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino.

 

Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada. Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a mi casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

 

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

 

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

 

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

 

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

 

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la mígala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala.

 

Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero. Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

 



Fuente:

 

http://www.academica.mx/sites/default/files/adjuntos/82328/ARREOLA%20JUAN%20JOSE%20-%20Confabulario.pdf

 


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