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miércoles, 31 de octubre de 2012

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lunes, 29 de octubre de 2012

''Danzón no. 2''. Director, Gustavo Dudamel. Compositor, Arturo Márquez.

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Danzón no. 2

 

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=3vwZAkfLKK8

 

 

Composición del mexicano Arturo Márquez, en la magistral interpretación del director venezolano Gustavo Dudamel y su juvenil orquesta.

 

Gustavo Adolfo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, Venezuela, 26 de enero de 1981) es un músico y director de orquesta venezolano. Es director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, la Sinfónica de Gotemburgo y la Sinfónica Simón Bolívar. En un artículo de la revista National Geographic, "Gustavo Dudamel: El hombre que rejuvenece la música clásica" de su edición de octubre de 2010, fue calificado como un genio musical. En 2012 es ganador del Premio Grammy por la dirección de la Sinfonía n.º 4 de Brahms interpretada por la Filarmónica de Los Ángeles.

 

 

Arturo Márquez Navarro (n. Álamos, Sonora, 20 de diciembre de 1950) es un renombrado compositor mexicano reconocido por utilizar formas y estilos musicales mexicanos e incorporarlos en sus composiciones. En 1990 formó parte del grupo Mandinga, con Irene Martínez y Andrés Fonseca, y realiza la composición de Tierra, La Nao y Cristal del Tiempo, con medios electrónicos. Ellos dos introducen al compositor en el mundo del baile de salón, especialmente del danzón. Así, se inspira en este último y compone el Danzón no. 1, con computadora y sintetizadores. Durante enero y febrero de 1994 la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) le encarga una obra, escribiendo Danzón 2 (dedicado a su hija Lily Márquez) para orquesta, cuya obra se estreno en Venezuela con la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho,  con Francisco Savín como director. Este danzón se escribió, durante los meses del levantamiento Zapatista, lo que habría de mover el ánimo del compositor hacia una nueva justicia para los pueblos indígenas.

 

 

Fuente: Wikipedia.



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''El silencio de los inocentes'', capítulo I. Tomas Harris.

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

El silencio de los inocentes

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

 

Ciencias del Comportamiento, la sección del FBI que se ocupa de resolver los casos de homicidio cometidos por asesinos reincidentes, se encuentra en un semisótano del edificio de la academia de dicha institución en Quántico, medio sepultada bajo tierra.

 

Clarice Starling llegó a ella arrebolada tras una rápida caminata desde Hogan's Alley, donde se hallaba el campo de tiro. Llevaba briznas de hierba en el pelo y manchas en la cazadora del uniforme por haber tenido que arrojarse al suelo durante el tiroteo de un simulacro de arresto.

 

No halló a nadie en la oficina de recepción y se ahuecó brevemente el cabello al advertir su reflejo en las puertas de vidrio. Sabía que sin necesidad de arreglarse estaba atractiva. Las manos le olían a pólvora, pero no tenía tiempo de lavárselas; la orden de Crawford, el jefe de la sección, había especificado ahora mismo.

 

Encontró a Jack Crawford solo en la atiborrada sala de oficinas. Estaba de pie, junto a una mesa que no era la suya, hablando por teléfono, lo cual permitió a Clarice observarle con tranquilidad. Era la primera vez que le veía en un año y lo que vio la impresionó.

 

El aspecto habitual de Crawford era el de un ingeniero de edad madura, bien conservado, que podía haberse pagado la carrera jugando a béisbol; debía haber sido un hábil "cátcher", capaz de bloquear con dureza la base del bateador. Ahora había adelgazado, el cuello de la camisa le quedaba grande y tenía bolsas oscuras bajo los ojos enrojecidos. Quienquiera que leyese los periódicos sabía que la sección de Ciencias del Comportamiento estaba recibiendo severas críticas por todas partes. Starling confió que a Crawford no le hubiera dado por beber. Tal cosa parecía aquí muy improbable.

 

Crawford acabó su conversación telefónica con un tajante: «No». Cogió el expediente de la joven, que sujetaba bajo el brazo y lo abrió.

 

—Starling, Clarice M., buenos días —dijo.

—Hola. —La sonrisa de la muchacha fue meramente cortés.

—No ocurre nada grave. Espero que mi llamada no la haya asustado.

—No. —Respuesta un tanto inexacta, pensó Starling.

—Sus profesores me han dicho que lleva usted el curso muy bien; está entre los primeros de la clase.

—Más o menos; no suelen prodigar tales informaciones.

—Soy yo el que de vez en cuando les pido que me tengan al corriente.

 

Esta afirmación sorprendió a Starling; había tachado a Crawford de su lista, tildándole de sargento de reclutas, maldito e hipócrita.

 

Clarice conoció a Crawford, agente especial del FBI, cuando éste fue contratado como conferenciante temporal por la Universidad de Virginia. La excelencia de los seminarios de criminología que en ella impartió fue factor determinante en la decisión de la joven de ingresar en el FBI Cuando se le notificó que había sido aceptada y se matriculó en la academia, le escribió una tarjeta, a la cual Crawford no contestó y durante los tres meses de curso que ya llevaba en Quántico, él la había ignorado por completo.

 

Starling procedía de esa clase de gente que no pide favores ni solicita amistad, pero de todos modos la conducta de Crawford la había desconcertado y dolido.

 

En ese momento, al encontrarse de nuevo en su presencia, notó con cierto disgusto que volvía a serle simpático. Era evidente que tenía algún problema. Aparte de su inteligencia, Crawford poseía un peculiar discernimiento que, según Starling había advertido, se manifestaba en su sentido para combinar los colores y texturas de su atuendo, incluso dentro del limitado radio de acción que permitía el uniforme de agente del FBI. En este momento iba aseado pero deslucido, como si estuviera mudando el plumaje.

 

—Ha salido un trabajo y he pensado en usted —dijo Crawford—. En realidad no se trata de un trabajo sino más bien de un encargo interesante. Quite las cosas de Berry de esa silla y siéntese. Dice usted aquí que cuando termine la academia quiere entrar directamente en Ciencias del Comportamiento.

—Sí.

—Veo que ha hecho mucha medicina forense, pero carece de experiencia en la aplicación de la ley. Exigimos seis años de práctica, como mínimo.

—Mi padre era policía. Conozco esa vida. Crawford esbozó una leve sonrisa.

—Lo que sí ha hecho es especializarse en psicología y criminología, y... ¿Cuántos veranos trabajando en un sanatorio mental? ¿Dos?

—Dos.

—Su licencia de asesora legal, ¿está vigente?

—No caduca hasta dentro de dos años. Me la saqué antes de que usted diese el seminario en la Universidad de Virginia, antes de decidirme a ingresar aquí.

—Y fue uno de los que tuvieron que esperar turno para ingresar.

 

Starling asintió.

 

—De todos modos tuve suerte. Me enteré a tiempo y aproveché para sacarme el título de perito forense. Luego trabajé en el laboratorio hasta que hubo un hueco en la academia.

—Me escribió comunicándome que venía aquí, ¿verdad?, y creo que no le contesté. Mejor dicho, sé que no le contesté. Hubiera debido hacerlo.

—Tendría otras muchas cosas que hacer.

—¿Ha oído hablar del PAC-VI?

—Sé que es el Programa de Arresto de Criminales Violentos. El Boletín de Aplicación de la Ley dice que están ustedes confeccionando una base de datos pero que aún no funciona.

 

Crawford asintió con un leve gesto de cabeza.

 

—Hemos preparado un cuestionario aplicable a todos los asesinos reincidentes de los tiempos modernos —dijo al tiempo que le entregaba un grueso fajo de folios sujetos por una endeble encuadernación—. Hay una sección para los investigadores y otra para las víctimas supervivientes, en caso de que las haya. La azul es para que la conteste el asesino, si accede, y la rosa consiste en una serie de preguntas que el entrevistador le hace al homicida, anotando no sólo sus respuestas sino también sus reacciones. Mucho papeleo, ya lo ve.

 

Papeleo. El interés de Clarice Starling despertó y se puso a olfatear como un sabueso enfebrecido. Husmeaba la proximidad de una oferta de trabajo, seguramente la aburrida tarea de introducir datos en un nuevo sistema informático. Entrar en Ciencias del Comportamiento, por rutinaria que fuese la ocupación que se le asignase, era sumamente tentador, pero Clarice sabía lo que suele ocurrirle a una mujer si deja que se le cuelgue la etiqueta de secretaria: de secretaria se queda por los siglos de los siglos. Se avecinaba una elección y quería elegir bien.

 

Crawford esperaba algo; debía de haberle hecho una pregunta. Starling tuvo que estrujarse el cerebro para recordarla:

 

—¿Qué pruebas ha realizado? ¿Minnesota Multifásica, alguna vez? ¿Rorschach?

—La primera, sí; la de Rorschach, nunca —contestó Clarice—. He hecho Percepción Temática y he efectuado la de Bender-Gestalt con niños.

—¿Se asusta fácilmente, Starling?

—Todavía no.

—Mire, hemos intentado entrevistar y examinar a los treinta y dos asesinos reincidentes que tenemos bajo custodia a fin de confeccionar una base de datos que nos permita determinar el perfil psicológico del homicida en los casos no resueltos. Casi todos aceptaron someterse al cuestionario, muchos de ellos, creo yo, impulsados por el deseo de alardear. Veintisiete se mostraron dispuestos a colaborar. Cuatro, con condenas de muerte pendientes de apelación, se negaron, comprensiblemente a mi juicio. Pero no hemos logrado que colabore el que más nos interesa. Quiero que mañana vaya usted a verle al frenopático.

 

Clarice Starling experimentó un aldabonazo de alegría en el pecho y también cierto temor.

 

—¿Quién es el sujeto del examen?

—El psiquiatra; el doctor Aníbal Lecter —repuso Crawford. A ese nombre, en cualquier reunión civilizada, siempre le sucede un breve silencio.

 

Starling miró a Crawford sin pestañear, pero demasiado quieta.

 

—¿Aníbal "el Caníbal"? —dijo.

—Sí.

—Sí, pues... Muy bien, de acuerdo. Me alegra mucho la oportunidad que se me brinda, pero comprenda que me pregunte por qué se me ha elegido a mí.

—Principalmente porque está usted disponible —replicó Crawford—. No creo que Lecter coopere. Ya se ha negado, si bien se le abordó a través de un intermediario, el director del hospital. Ahora he de poder decir que esta vez la propuesta se la ha hecho personalmente un entrevistador de nuestra plantilla y titulado. Por razones que a usted no la conciernen, en este momento no dispongo de nadie libre en la sección para que lleve a cabo la entrevista.

—Sé que están saturados de trabajo. Buffalo Bill..., y todo lo de Nevada —dijo Starling.

—Efectivamente. Es lo de siempre, escasez de personal.

—Me ha dicho que vaya mañana. Hay prisa. ¿Podría tener relación con alguno de los casos que se están investigando?

—No. ojalá pudiera decir lo contrario.

—Si se niega a cooperar, ¿quiere que redacte una evaluación psicológica?

—Tengo evaluaciones del doctor Lecter para dar y vender, y ninguna coincide.

 

Crawford depositó dos tabletas de vitamina C en la palma de su mano e introdujo un Alka-Seltzer efervescente en un vaso de agua para tomárselas.

 

—Es totalmente absurdo, ¿sabe? Lecter es psiquiatra y escribe para las revistas de psiquiatría artículos de extraordinaria calidad, aunque el tema nunca son sus pequeñas anomalías. En cierta ocasión fingió colaborar con el director del hospital, Chilton, y accedió a someterse con él a unas pruebas: llevar durante un rato un aparato para medir la presión arterial del pene mientras miraban fotografías de siniestros—. ¿Sabe lo que hizo Lecter? Pues publicar las reacciones de Chilton, dejándole por supuesto en ridículo. Mantiene correspondencia científica con estudiantes de psiquiatría sobre temas no relacionados con su caso, y de ahí no pasa. Si se niega a hablar con usted, quiero simplemente un informe y nada más. Qué aspecto tiene, qué ambiente reina en su celda, a qué se dedica. Color local, por así decirlo. Tenga mucho cuidado con las ¡das y venidas de la prensa. No me refiero a la prensa seria sino a la sensacionalista. Siente más interés por Lecter que por el príncipe Andrés.

—¿Una de esas revistas no le ofreció a Lecter cincuenta mil dólares por sus recetas? Creo recordar algo de eso —replicó Starling.

 

Crawford asintió.

 

—Estoy casi seguro de que La Actualidad Nacional ha comprado a alguien de dentro del hospital y es posible que se enteren de su visita en cuanto yo concierte la entrevista.

 

Crawford se inclinó hacia delante hasta quedar a tres palmos de distancia de la cara de Clarice. Ésta vio cómo las medias gafas de lectura que llevaba le enturbiaban las bolsas de debajo de los ojos. Hacía poco rato que se había enjuagado la boca con Listerine.

 

—Starling, escúcheme con toda atención. ¿Me está escuchando?

—Sí, señor.

—Tenga mucho cuidado con Aníbal Lecter. El doctor Chilton, el director del hospital, le explicará el procedimiento que debe seguir para tratar con él. Siga esas normas al pie de la letra. No se aparte ni un ápice de ellas por ningún motivo. Si Lecter decide hablar, tratará de averiguar todo lo posible sobre usted. Le mueve esa curiosidad que induce a la serpiente a espiar el nido de un pájaro. Ambos sabemos que en una entrevista siempre se produce un cierto "toma y daca", pero aun así no le revele nada concreto sobre usted.

Procure que el cerebro de Lecter no almacene ninguno de sus datos personales. Ya sabe lo que le hizo a Will Graham.

—Me enteré por la prensa de lo que le sucedió.

—Cuando Will se puso a su alcance, se abalanzó sobre él y lo despanzurró con un cuchillo de linóleo. Will no murió de puro milagro. ¿Recuerda al "Dragón Rojo"? Lecter predispuso a Francis Dolarhyde contra Will y su familia. A Will, gracias a Lecter, le ha quedado una cara que parece un dibujo de Picasso. Y en el psiquiátrico despedazó a una enfermera a dentelladas. Haga su trabajo, pero no olvide ni un instante lo que es ese hombre.

—¿Y qué es? ¿Lo sabe usted?

—Sólo sé que es un monstruo. Aparte de eso, nadie puede asegurar nada más. A lo mejor usted lo averigua; no la elegí a usted por casualidad, Starling. En la Universidad de Virginia me hizo un par de preguntas sumamente atinadas. El director del FBI leerá personalmente su informe firmado, si es claro, conciso y está bien estructurado. Eso lo decido yo. Y he de tenerlo el domingo a las nueve en punto de la mañana. Eso es todo, Starling, proceda según lo acordado.

 

Crawford le sonrió, pero tenía la mirada muerta.

 

 

 

Fuente: http://www.remq.edu.ec/libros/Thomas%20Harris%20-%20El%20silencio%20de%20los%20inocentes.pdf



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''So Danço Samba'', Tom Jobim. Melodía

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Tom Jobim

 

 

 

 

Antônio Carlos Jobim (Río de Janeiro, 25 de enero de 1927 - Nueva York, 8 de diciembre de 1994), conocido como Tom Jobim, fue un compositor, cantante, guitarrista y pianista brasileño de bossa nova.

 

Está considerado como uno de los grandes exponentes de la música brasileña. Jobim es el artista que internacionalizó la bossa nova y, con la ayuda de importantes artistas estadounidenses, la fusiona con el jazz para crear en los años sesenta un nuevo sonido cuyo éxito popular fue muy destacable. Jobim está considerado como uno de los grandes compositores de música popular del siglo XX.

 

Las raíces de Jobim en el jazz están en sus admiradas grabaciones de Gerry Mulligan, Chet Baker, Barney Kessel y otros músicos del West Coast jazz o cool de los años cincuenta. Además, el mismo Jobim apuntó que el compositor impresionista francés Claude Debussy tuvo una influencia decisiva en sus armonías, así como el samba brasileño proporcionó a su música un original ritmo exótico siempre presente. Como pianista, su toque es sencillo y melódico, al estilo de un Claude Thornhill, aunque en algunas de sus grabaciones llegase a demostrar que podía ser sumamente inventivo. Su guitarra está limitada principalmente a un acompañamiento apacible a los ritmos sincopados del jazz; su voz, suave, sencilla y ligeramente ronca, subraya los aspectos emocionales de las letras.

 

 

 

Fuente: Wikipedia.



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domingo, 28 de octubre de 2012

Re: Gracias ! Patricia.



Traje la veterinaria a la casa, y no se pudo con ella , sin embargo la negrita que es mas rebelde con los desconocidos ,si se dejo examinar . Enviaré la foto  de la Negritica  tica, las 2 son adoptadas de la calle.

-- Enviaré nuevodo desde mi HP TouchPad

El oct 27, 2012 7:21 PM, PATRICIA ROZO <crismacrisma.uno@gmail.com> escribió:

lo  único  es  llevarlo  al  veterinario  puede  ser  algún  virus  o  bacteria  y  por  tal  motivo  se puede  perde   la  vista  al  pequeño  gato  como  dicen   ojo  con  el  ojo
El 27 de octubre de 2012 16:18, <marielossf@gmail.com> escribió:

Me preocupa que el ojito izquierdo tenga mas lagana  de lo normal, parece que es el lagrimal  cerrado , si sabes de alguna pomada especial ,pues es imposible que se deje examinar por el veterinario,
-- Enviado desde mi HP TouchPad

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sábado, 27 de octubre de 2012

Re: Ahí te envío la carita


lo  único  es  llevarlo  al  veterinario  puede  ser  algún  virus  o  bacteria  y  por  tal  motivo  se puede  perde   la  vista  al  pequeño  gato  como  dicen   ojo  con  el  ojo
El 27 de octubre de 2012 16:18, <marielossf@gmail.com> escribió:

Me preocupa que el ojito izquierdo tenga mas lagana  de lo normal, parece que es el lagrimal  cerrado , si sabes de alguna pomada especial ,pues es imposible que se deje examinar por el veterinario,
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Ahí te envío la carita


Me preocupa que el ojito izquierdo tenga mas lagana  de lo normal, parece que es el lagrimal  cerrado , si sabes de alguna pomada especial ,pues es imposible que se deje examinar por el veterinario,
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lunes, 22 de octubre de 2012

''Weightless'', Enigma. Melodía

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Enigma

 

 

 

Michael Cretu tuvo su propia carrera musical en marcha desde finales de la década de 1970, y, aparte de algunas colaboraciones con otros músicos, también produjo los discos de la cantante Sandra, con la que se casaría en 1988. Antes de Enigma, publicó algunos álbumes bajo su propio nombre, pero ninguno de ellos vendió particularmente bien. Cretu reveló en una entrevista que llegó a creer que sus ideas ya se habían agotado para aquel momento de entonces.

 

En diciembre de 1990, y después de ocho meses de preparación, Cretu publicó el álbum de debut de Enigma, MCMXC a.D. El álbum recibió 57 discos de platino por lo que significó sus ventas en todo el mundo, encabezando las listas en 41 países, y convirtiéndose así en el mayor éxito que tuvo Virgin Records durante aquel tiempo. Dicho álbum tuvo una repercusión comercial mundial a través del sencillo «Sadeness (Part I)», que yuxtaponía, sobre un ritmo bailable, cantos gregorianos y alusiones sexuales que le era muy peculiar a los oídos del público de entonces. Cretu explicó después que el álbum trataba sobre crímenes sin resolver y de temas filosóficos, como la vida después de la muerte: de ahí el nombre Enigma. «Sadeness (Part I)» pronto subió a lo más alto de las listas de Alemania y Francia, llegando a alcanzar un gran éxito internacional. El título del álbum MCMXC a.D. es la numeración romana para el año de su lanzamiento, 1990.

 

Fuente: Wikipedia.



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Leyenda del aquelarre

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Leyenda del aquelarre

 

 

El cielo era tan oscuro como el carbón y en él titilaban las estrellas con guiños incomprensibles. No había luna. La brisa fría y cargada de humedad azotaba las mejillas de Valeria, desordenaba sus largos cabellos castaños y le producía ligeros estremecimientos. Caminaba por el bosque cercano a su casa, con el camisón ondeando alrededor de sus tobillos desnudos. Iba descalza y las piedrecillas del suelo le causaban cortes y magulladuras en las plantas de los pies.

 

Había despertado en mitad del bosque, estirada bajo un árbol viejo y nudoso que movía sus ramas al compás de la brisa. No sabía cómo había llegado allí, ni qué hacía allí. Incluso, sabiendo que se hallaba cerca de casa, había perdido toda noción de lugar y era incapaz de orientarse. Y entonces escuchó el cántico, como un murmullo de agua, arrastrado por la brisa. Y se había dejado guiar por él, sin saber a dónde iba o por qué, ni qué le esperaba más allá de los árboles. En lo más profundo de la espesa arboleda se abría un claro. Un claro iluminado débilmente por la luz rojiza de antorchas.

 

Temerosa, aunque atraída hacia el lugar, Valeria se parapetó tras unos arbustos y contempló la escena que se presentaba frente a ella. Doce mujeres de edades muy dispares, desnudas y con el cabello suelto, ejecutaban una extraña y curiosa danza, acompañada de un cántico, el que ella había oído y seguido. Un cántico que no estaba formado de palabras, sólo sonidos, sílabas sin significado para Valeria. En el centro del círculo de mujeres había un ídolo de piedra, cuyos ojos refulgían con el brillo de los rubíes.

 

Alguien, en el grupo de mujeres, sintió la presencia de Valeria. La danza y el cántico cesaron y las mujeres se apiñaron en conciliábulo durante unos instantes. Luego se separaron y las dos más mayores se acercaron directamente a los arbustos que escondían a Valeria. No le hablaron, simplemente tendieron las manos hacia la chica. Parecían darle la bienvenida. Y aunque no hubo palabras, Valeria percibió lo que querían de ella, como si existiera entre ellas un lazo telepático. Estremeciéndose, Valeria aceptó las manos que se le tendían y siguió a las mujeres. Caminaron las tres lentamente, cogidas de las manos, Valeria temiendo y deseando aquel contacto. Las dos mujeres la condujeron hasta el ídolo de piedra y, suave pero firmemente, la hicieron arrodillarse frente a él.

 

Los ojos de Valeria quedaron a la altura de aquellos fríos y fieros ojos de rubí, encastrados en la piedra del ídolo. Y se perdió en ellos. Viajó, sin moverse del sitio, a otros lugares y otros tiempos. Se vio a sí misma, vestida con ropas anacrónicas, frente a un hombre corpulento, alto y enjuto, vestido de negro de cabeza a pies, que la miraba con ojos severos pero llenos de lujuria. Luego sintió las ataduras que rasgaban la piel de sus muñecas y tobillos, y el humo acre de una hoguera. Y el calor del fuego que ya lamía su piel, codicioso. Y supo qué le había llevado al claro del bosque, quién era y cuál era su destino.

 

Sus ojos, cuya mirada había permanecido vidriosa durante un rato, volvieron a la vida. Miró a su alrededor, contemplando los rostros inexpresivos de las mujeres congregadas. Volvió a posar sus ojos sobre el ídolo pero este ya no era tal. Una oscura figura humana, alta y de complexión delgada, había sustituido al ídolo de piedra. En aquella oscura silueta refulgían dos brillantes ojos. Valeria cerró los suyos y sintió un tacto suave y frío en su piel. El camisón resbaló de sus hombros y cayó al suelo, alrededor de sus tobillos. El cántico volvió a escucharse en la quietud de la noche mientras Valeria se hundía en la negrura más profunda, llevada por mil sensaciones nuevas y extrañas.

 

 

Cuando Valeria despertó, la luz del sol entraba a raudales por la ventana de su dormitorio. Despertó sintiéndose incómoda, mareada, con el cuerpo bañado en sudor.

 

Había tenido unos extraños sueños en los que el miedo y el placer estaban confusamente mezclados. Recordaba algunos detalles con extraordinaria nitidez y otros apenas eran destellos fugaces de la memoria. Algo que sí recordaba con claridad era el brillo ígneo de unos ojos. Se levantó, dispuesta a darse una buena ducha, y al retirar los cobertores descubrió que las sábanas estaban manchadas de tierra húmeda. Y observando su entorno con mayor detenimiento, descubrió pisadas manchadas de tierra, sus pisadas, y ramitas y hojas secas esparcidas por el suelo de la habitación. ¿No había sido todo un sueño? ¿Quizá había vagado sonámbula por el bosque? No conocía la respuesta.

 

Entró en el baño y se desnudó, haciendo ademán de tirar el camisón en el cubo de la ropa sucia. Pero le pareció observar que estaba desgarrado y lo miró más atentamente para asegurarse de que era así. Lo era. Con el camisón en las manos se miró en el espejo de cuerpo entero que había en la pared. Este le devolvió la imagen aterradora de una mujer demacrada, con enormes ojeras bajo los ojos oscuros y el cabello totalmente blanco. Y sobre el seno izquierdo, como marcada a fuego, descubrió una señal extraña de color rojizo. La tocó con las yemas de los dedos. Estaba caliente y parecía palpitar. El contacto de sus dedos con el extraño símbolo le trajo imágenes a la mente que le aseguraron que nada había sido un sueño. Aquella había sido la primera noche de muchas más, muchas más noches sin luna en el claro del bosque. Ahora ella era una más, la que esperaban, la que faltaba para completar el círculo de trece.

 

 

 

Fuente: https://sites.google.com/site/mimundolasleyendas/Home/leyendas-celtas/el-aquelarre



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Aquelarre

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Aquelarre

 

 

Un aquelarre (del euskera akelarre, "aker" = macho cabrío; "larre" = campo) es el lugar donde las brujas (sorginak en euskera) celebran sus reuniones y sus rituales. Aunque la palabra viene del euskera, se ha asimilado en castellano, y por extensión se refiere a cualquier reunión de brujas y brujos.

 

Se cree que en estas celebraciones las cohortes de brujas solían venerar a Akerbeltz (un macho cabrío negro), que tras horas de cánticos y ofrendas orgiásticas podrían abrir un portal infernal en el centro del campo o cosechal para ofrendar culto y consulta a Satán, con el fin de obtener riquezas y poderes sobrenaturales.

 

Antropológicamente, los aquelarres eran reminiscencias de ritos paganos (bacanales griegos y culto céltico) que se celebraban de forma clandestina al no estar admitidos por las autoridades religiosas de una época.

 

Es frecuente el uso de diversas sustancias para alcanzar el éxtasis durante el rito. Como no se pueden calibrar con exactitud las dosis cuando una cantidad letal está muy cercana a la dosis de uso, es muy peligroso administrarlas por vía oral. Por ello algunas sustancias se aplicaron en forma de ungüento por vía vaginal o rectal, lo que podría haber dado origen a algunas leyendas sobre el carácter sexual de las reuniones de brujas o el uso de calderos para la preparación de algunas de las sustancias. La aplicación de unas de las sustancias sobre la vagina con una especie de consolador pudo dar origen a la imagen que representa a las brujas con un palo entre las piernas o bien una escoba. Por otro lado, muchos sapos son venenosos por contacto y su piel puede ser alucinógena, por ello también forman parte de la imaginería vinculada al mundo de la brujería. Algo similar sucede con algunas setas venenosas, como la Amanita muscaria.

 

 

Fuente: Wikipedia.



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viernes, 19 de octubre de 2012

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lunes, 15 de octubre de 2012

[modaynegocios] KTCT en el Festival Internacional de Diseño #009 | Octubre 2012







Kon
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''You are the sunshine of my life'', Stevie Wonder. Canción

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Stevie Wonder

 

 

Stevland Hardaway Judkins (nacido el 13 de mayo de 1950), conocido en el mundo artístico como Stevie Wonder, es un cantante, compositor, productor discográfico, músico y activista social estadounidense afroamericano. Wonder ha grabado más de 30 éxitos de ventas, ha recibido 25 premios Grammy (un récord para un artista vivo), entre ellos uno por logros en su vida, y ha sido incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll de los compositores famosos.

 

Ciego desde la infancia, Wonder se ha convertido en uno de los más exitosos y reconocidos artistas en la compañía discográfica Motown, con más de 100 millones de discos vendidos. Ha grabado diversos discos y sencillos que fueron aclamados por la crítica; también ha escrito y producido para otros artistas. Wonder toca diversos instrumentos como la batería, bajo, congas, y, más notablemente el piano, la armónica y el teclado. Los críticos refieren que la alta calidad y versatilidad de su trabajo indica todo el genio musical de Stevie.

 

Colaboró en una campaña contra la alcoholemia en la conducción, con la Dirección General de Tráfico (DGT) de España.

 

 

Fuente: Wikipedia.



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''Dragón Rojo'', Thomas Harris. Capítulo I

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Dragón Rojo

 Thomas Harris

 

 

 

I

 

 

Will Graham hizo sentar a Crawford junto a una mesa de picnic, entre la casa y el océano, y le ofreció un vaso de té helado.

 

Jack Crawford miró la casa vieja y simpática cuyas maderas cubiertas de litre plateado resplandecían en la diáfana luz.

 

—Debí haberte agarrado en Marathon cuando salías de trabajar —dijo Crawford—. No querrás hablar de este asunto aquí.

—No quiero hablar de eso en ninguna parte, Jack. Tú tienes que hacerlo, de modo que adelante. Pero no se te ocurra mostrarme ni una sola fotografía. Si trajiste algunas, déjalas en tu portafolio, Molly y Willy volverán pronto.

—¿Qué es lo que sabes?

—Lo que publicaron el Herald de Miami y el Times —respondió Graham—. Dos familias asesinadas en sus casas con un mes de diferencia. Una en Birmingham y otra en Atlanta. Las circunstancias eran similares.

—Similares no. Las mismas.

—¿Cuántas confesiones hasta ahora?

—Ochenta y seis cuando llamé esta tarde —manifestó Crawford—. Todos locos. Ninguno conocía los detalles. Destroza los espejos y utiliza los pedazos rotos. Ni uno solo lo sabía.

—¿Qué otra cosa les ocultaste a los periodistas?

—Que es rubio, diestro y realmente fuerte, calza zapatos número cuarenta y cinco. Un verdadero Hércules. Las impresiones son todas de guantes de goma.

—Eso lo dijiste en público.

—No es muy hábil con las cerraduras —comentó Crawford—. Utilizó un cortavidrio y una ventosa de goma para entrar en la última casa. Ah, su sangre es AB positiva.

—¿Lo hirió alguien?

—Hasta ahora no lo sabemos. Analizamos su semen y saliva. Abundan sus secreciones —Crawford contempló el mar calmo—. Will, quiero hacerte una pregunta. Leíste todo en los diarios. El segundo caso fue ampliamente comentado en la televisión. ¿Se te ocurrió alguna vez llamarme?

—No.

—¿Y por qué no?

—Al principio no había muchos detalles del primer caso, el de Birmingham. Podía haber sido cualquier cosa, una venganza, un pariente.

—Pero supiste de qué se trataba después del segundo.

—Sí. Un psicópata. No te llamé porque no quise. Ya sé con quién trabajarás en este caso. Cuentas con el mejor laboratorio. Con Heimlich en Harvard, Bloom en la Universidad de Chicago…

—Y te tengo aquí a ti, arreglando unos malditos motores de lanchas.

—No creo que fuera de mucha utilidad, Jack. Ya no pienso más en eso.

—¿De veras? Atrapaste a dos. Los dos últimos que tuvimos los atrapaste tú.

—¿Y cómo? Haciendo las mismas cosas que haces tú y los demás.

—Eso no es del todo cierto, Will. Es la forma en que piensas.

—Creo que se han dicho muchas estupideces sobre mi modo de pensar.

—Llegaste a conclusiones sin que nunca nos explicaras cómo lo hiciste.

—Las pruebas estaban a la vista —respondió Graham.

—Seguro. Seguro que estaban a la vista. Y después aparecieron muchas más. Antes del arresto teníamos tan pocas que difícilmente hubiéramos podido continuar.

—Tienes la gente necesaria, Jack. No creo que yo pueda mejorar en nada el equipo. Me mudé aquí para alejarme de todo ese ambiente.

—Lo sé. La última vez te hirieron. Ahora pareces estar bien.

—Lo estoy. Pero no es el hecho de quedar herido. A ti también te lastimaron.

—Me hirieron, pero no en esa forma.

—No se trata de haber sido herido. Decidí simplemente que ya era suficiente. No creo poder explicarlo.

—Por Dios, te aseguro que comprendería perfectamente bien que ya no pudieras volver a enfrentarlo.

—No. Mira… siempre es feo tener que verlos, pero en cierta forma te las arreglas para poder funcionar, siempre y cuando estén muertos. El hospital, las entrevistas, eso es lo peor. Tienes que apartarlo de tu mente para poder seguir pensando. No me creo capaz de hacerlo ahora. Podría obligarme a mirar, pero me resultaría imposible pensar.

—Will, éstos están todos muertos —dijo Crawford lo más suavemente que pudo.

 

Jack Crawford escuchó el ritmo y la sintaxis de sus propias frases en la voz de Graham. Había oído a Graham hacerlo en otras oportunidades, con otras personas. A menudo, en medio de una animada conversación, Graham adoptaba la forma de hablar de su interlocutor. Al principio Crawford pensó que lo hacía deliberadamente, que era una treta para mantener el ritmo.

 

Pero más adelante Crawford se dio cuenta de que Graham lo hacía involuntariamente, que a veces trataba de evitarlo y no podía.

 

Crawford metió dos dedos en el bolsillo de su chaqueta. Arrojó luego sobre la mesa dos fotografías boca arriba.

 

—Todos muertos —repitió.

 

Graham lo miró durante un instante antes de tomar las fotos. Eran simples instantáneas: una mujer seguida por tres niños y un pato, llevando una canasta de picnic junto a la orilla de una laguna. Una familia de pie detrás de una torta de cumpleaños.

 

Depositó nuevamente las fotografías sobre la mesa al cabo de medio minuto. Las puso una sobre la otra y dirigió su mirada a la playa, a lo lejos, donde el chico en cuclillas examinaba algo en la arena.

 

La mujer lo observaba, apoyada su mano sobre la cadera mientras la espuma de las olas se arremolinaba en torno a sus tobillos. Se inclinó hacia atrás para sacudirse el pelo mojado pegoteado sobre la espalda.

 

Graham, haciendo caso omiso de su visita, observó a la mujer y al muchacho durante un lapso igual al que había dedicado a mirar las fotos.

 

Crawford estaba contento. Con el mismo esmero que había puesto para elegir el lugar de la conversación, cuidó que la satisfacción no se reflejara en su rostro. Le pareció que había conseguido a Graham. Tenía que dejarlo recapacitar.

 

Aparecieron tres perros increíblemente feos que se echaron junto a la mesa.

 

—Dios mío… —murmuró Crawford.

—Probablemente son perros. La gente los abandona continuamente por aquí cuando son pequeños —explicó Graham—. Puedo deshacerme de los más o menos lindos y el resto se queda dando vueltas por el lugar hasta que son más grandes.

—Están bastante gordos.

—Molly tiene un corazón muy blando y le dan lástima.

—Qué buena vida debes pasar aquí, Will. Con Molly y el chico. ¿Cuántos años tiene?

—Once.

—Es un lindo muchacho. Va a ser más alto que tú.

—Su padre lo era —afirmó Graham—. Tengo suerte de poder estar aquí. Lo sé.

—Quería traer a Phyllis a Florida. Me gustaría conseguir un lugar para instalarme cuando me jubile y dejar de vivir como un topo. Ella dice que todas sus amigas están en Arlington.

—Siempre quise agradecerle los libros que me llevó al hospital, pero nunca lo hice. Hazlo por mí.

—Lo haré.

 

Dos pequeños y coloridos pajaritos se posaron sobre la mesa esperando encontrar algo dulce. Crawford los observó mientras daban pequeños saltitos de uno a otro lado hasta que finalmente volaron.

 

—Will, este degenerado parece actuar siguiendo las fases de la luna. Asesinó a los Jacobi en Birmingham la noche del sábado 28 de junio, noche de luna llena. Mató a la familia Leeds en Atlanta anteanoche, 26 de julio. Un día antes de cumplido el mes lunar. De modo que si tenemos suerte, todavía nos quedan un poco más de tres semanas hasta que vuelva a actuar.

 

»No creo que tú quieras esperar aquí en los cayos y enterarte del próximo caso por medio del Herald. Caray, no soy el Papa, no estoy diciéndote lo que debes hacer, pero quiero preguntarte una cosa: ¿mi opinión significa algo para ti, Will?

—Sí.

—Creo que las posibilidades de atraparlo rápido son mayores si tú nos ayudas. Vamos, Will, anímate y danos una mano. Ve a Atlanta y a Birmingham a echar un vistazo y luego pasa por Washington.

 

Graham no contestó.

 

Crawford esperó hasta que cinco olas rompieron en la playa. Se puso entonces de pie y se echó la chaqueta de su traje sobre un hombro.

 

—Conversaremos después de la comida.

—Quédate a comer con nosotros.

 

Crawford meneó la cabeza.

 

—Volveré más tarde. Debe de haber mensajes en el Holiday Inn y tengo que hacer unas cuantas llamadas. De todos modos agradécele a Molly de mi parte.

 

El automóvil alquilado por Crawford levantó una fina capa de polvo que se depositó sobre los arbustos próximos al camino de grava.

 

Graham volvió junto a la mesa. Tenía miedo de que ése fuera su último recuerdo del cayo Sugarloaf: hielo derritiéndose en dos vasos con té, servilletas de papel cayendo de la mesa impulsadas por la suave brisa y Molly y Willy allá lejos en la playa.

 

 

 

Fuente: http://www.remq.edu.ec/libros/Thomas%20Harris%20-%20Dragon%20Rojo.pdf



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