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miércoles, 28 de octubre de 2015

Red Flor de Lis / Boletin Red Flor de Lis - Renacer


 

Actividades de la Red de la Flor de Lis

 


Taller "Re-Nacer"

 

La Red de la Flor de Lis se complace en gestionar este taller facilitado por Ursula Piaggio.

Re- Nacer es volver a los secretos del cielo, que ahora están para toda la humanidad.

Son tiempos para integrarnos con nuestro "Yo Soy" y recibir las bendiciones del creador "Yo Soy el que Yo Soy" sin distorsiones, a través de nuestro eje multidimensional del ser. 

El tiempo de Volver al Árbol de la Vida es ahora. El Jardín del Edén espera.

"CONOCER ES CONECTAR"

Nos creímos que el viaje era fuera de nosotros y sobre todo DURO, SACRIFICADO Y COMPLICADO, además para unos pocos, ¡PUES NO es así!

RE-NACER en nosotros mismos es un viaje interior, en el que todos tenemos la LLAVE, donde la transformación y el acceso a la manifestación se da de una manera simple, date el permiso para integrarte a ese espacio interior en donde CREAS todo aquello que ELIGES!!


RE NACER es nacer en consciencia de nuestra Divina 
Presencia "YO SOY EL QUE YO SOY"

En el taller "Re-Nacer", aprenderemos a vaciarnos para recibir, para poder recuperar nuestro ADN cuántico perdido o sumergido en la matriz divina. Hay que limpiar la cáscara que lo cubre, que lo mantiene encapsulado hasta que estemos listos para sostener la alta velocidad que emite. ¡El tiempo es ahora!

INTEGRAR, INICIAR EL NUEVO INSTANTE!!!!

!DE LA COPA AL CALIZ DEL CALIZ AL SANTO GRIAL!!

Entrevista a Ursula Piaggio

Ursula Piaggio tiene 20 años de experiencia facilitando diversos talleres. Luego de mucha investigación e información recibida, hoy ha logrado la confluencia de tres temas que los ofrece en sus talleres: El desdoblamiento del tiempo, el Árbol de la Vida y las 12 hebras de ADN o ADN crístico. Esta entrevista se realizó en la Ciudad de Lima el 5 de mayo del 2015 por Karina Sandoval para la Red de la Flor de Lis. Para contactarse con Ursula por Facebook buscar /SERCRISTAL

Ursula es cantante lírica y utiliza la herramienta de su voz para invocar a los coros angélicos para llegar al origen, el creador y recibir sus bendiciones.

https://www.youtube.com/ watch?v=XoxJpg9QmPE

Fecha: Domingo 8 de noviembre
Horario: De 9:30am a 6:00pm
Informes y Reservas: redflordelis@gmail.com
Teléfonos: #962-545726 (RPM) 

Lugar: Instituto Jophiel. Magdalena límite con San Isidro. 

CUPOS LIMITADOS
PRECIO DEL TALLER
200 soles por persona 
Para reservar plaza es necesario enviar un mail a: redflordelis@gmail.com

 


Red de la Flor de Lis - Derechos Reservados - http://www.redflordelis.com

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domingo, 25 de octubre de 2015

''Canastitas en serie'', B. Traven. Relato

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Canastitas en serie

B. Traven

 

 

 

 

 

En calidad de turista en viaje de recreo y descanso, llegó a estas tierras de México Mr. E. L. Winthrop. Abandonó las conocidas y trilladas rutas anunciadas y recomendadas a los visitantes extranjeros por las agencias de turismo y se aventuró a conocer otras regiones.

 

Como hacen tantos otros viajeros, a los pocos días de permanencia en estos rumbos ya tenía bien forjada su opinión y, en su concepto, este extraño país salvaje no había sido todavía bien explorado, misión gloriosa sobre la tierra reservada a gente como él.

 

Y así llegó un día a un pueblecito del estado de Oaxaca. Caminando por la polvorienta calle principal en que nada se sabía acerca de pavimentos y drenaje y en que las gentes se alumbraban con velas y ocotes, se encontró con un indio sentado en cuclillas a la entrada de su jacal.

 

El indio estaba ocupado haciendo canastitas de paja y otras fibras recogidas en los campos tropicales que rodean el pueblo. El material que empleaba no sólo estaba bien preparado, sino ricamente coloreado con tintes que el artesano extraía de diversas plantas e insectos por procedimientos conocidos únicamente por los miembros de su familia.

 

El producto de esta pequeña industria no le bastaba para sostenerse. En realidad vivía de lo que cosechaba en su milpita: tres y media hectáreas de suelo no muy fértil, cuyos rendimientos se obtenían después de mucho sudor, trabajo y constantes preocupaciones sobre la oportunidad de las lluvias y los rayos solares. Hacía canastas cuando terminaba su quehacer en la milpa, para aumentar sus pequeños ingresos.

 

Era un humilde campesino, pero la belleza de sus canastitas ponía de manifiesto las dotes artísticas que poseen casi todos estos indios. En cada una se admiraban los más bellos diseños de flores, mariposas, pájaros, ardillas, antílopes, tigres y una veintena más de animales habitantes de la selva. Lo admirable era que aquella sinfonía de colores no estaba pintada sobre la canasta, era parte de ella, pues las fibras teñidas de diferentes tonalidades estaban entretejidas tan hábil y artísticamente, que los dibujos podían admirarse igual en el interior que en el exterior de la cesta. Y aquellos adornos eran producidos sin consultar ni seguir previamente dibujo alguno. Iban apareciendo de su imaginación como por arte de magia, y mientras la pieza no estuviera acabada nadie podía saber cómo quedaría. Una vez terminadas, servían para guardar la costura, como centros de mesa, o bien para poner pequeños objetos y evitar que se extraviaran. Algunas señoras las convertían en alhajeros o las llenaban con flores. Se podían utilizar de cien maneras.

 

Al tener listas unas dos docenas de ellas, el indio las llevaba al pueblo los sábados, que eran días de tianguis. Se ponía en camino a medianoche. Era dueño de un burro, pero si éste se extraviaba en el campo, cosa frecuente, se veía obligado a marchar a pie durante todo el camino. Ya en el mercado, había de pagar un tostón de impuesto para tener derecho a vender.

 

Cada canasta representaba para él alrededor de quince o veinte horas de trabajo constante, sin incluir el tiempo que empleaba para recoger el bejuco y las otras fibras, prepararlas, extraer los colorantes y teñirlas. El precio que pedía por ellas era ochenta centavos, equivalente más o menos a diez centavos moneda americana. Pero raramente ocurría que el comprador pagara los ochenta centavos, o sea los seis reales y medio como el indio decía. El comprador en ciernes regateaba, diciendo al indio que era un pecado pedir tanto. "¡Pero si no es más que petate que puede cogerse a montones en el campo sin comprarlo!, y, además, ¿para qué sirve esa cháchara?, deberás quedar agradecido si te doy treinta centavos por ella. Bueno, seré generoso y te daré cuarenta, pero ni un centavo más. Tómalos o déjalos".

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://biblioteca.uthh.edu.mx/libro/literatura_ANT/Traven.pdf

 


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domingo, 18 de octubre de 2015

''Mujeres de ojos grandes'', Ángeles Mastretta. Relato

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

 

Mujeres de ojos grandes

Ángeles Mastretta

 

 

 

 

 

La tía Leonor tenía el ombligo más perfecto que se haya visto. Un pequeño punto hundido justo en la mitad de su vientre planísimo. Tenía una espalda pecosa y unas caderas redondas y firmes, como los jarros en que tomaba agua cuando niña. Tenía los hombros suavemente alzados, caminaba despacio, como sobre un alambre. Quienes las vieron cuentan que sus piernas eran largas y doradas, que el vello de su pubis era un mechón rojizo y altanero, que fue imposible mirarle la cintura sin desearla entera.

 

A los diecisiete años se casó con la cabeza y con un hombre que era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida. Alberto Palacios, notario riguroso y rico, le llevaba quince años, treinta centímetros y una proporcional dosis de experiencia. Había sido largamente novio de varias mujeres aburridas que terminaron por aburrirse más cuando descubrieron que el proyecto matrimonial del licenciado era a largo plazo.

 

El destino hizo que tía Leonor entrara una tarde a la notaría, acompañando a su madre en el trámite de una herencia fácil que les resultaba complicadísima, porque el recién fallecido padre de la tía no había dejado que su mujer pensara ni media hora de vida. Todo hacía por ella menos ir al mercado y cocinar. Le contaba las noticias del periódico, le explicaba lo que debía pensar de ellas, le daba un gasto que siempre alcanzaba, no le pedía nunca cuentas y hasta cuando iban al cine le iba contando la película que ambos veían: "Te fijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya la quiere acariciar, ya la acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a estar abandonando".

 

Total que la pobre tía Luisita encontraba complicadísima y no sólo penosa la repentina pérdida del hombre ejemplar que fue siempre el papá de tía Leonor. Con esa pena y esa complicación entraron a la notaría en busca de ayuda. La encontraron tan solícita y eficaz que la tía Leonor, todavía de luto, se casó en año y medio con el notario Palacios.

 

Nunca fue tan fácil la vida como entonces. En el único trance difícil ella había seguido el consejo de su madre: cerrar los ojos y decir un Ave María. En realidad, varias Avesmarías, porque a veces su inmoderado marido podía tardar diez misterios del rosario en llegar a la serie de quejas y soplidos con que culminaba el circo que sin remedio iniciaba cuando por alguna razón, prevista o no, ponía la mano en la breve y suave cintura de Leonor.

 

Nada de todo lo que las mujeres debían desear antes de los veinticinco años le faltó a tía Leonor: sombreros, gasas, zapatos franceses, vajillas alemanas, anillo de brillantes, collar de perlas disparejas, aretes de coral, de turquesas, de filigrana. Todo, desde los calzones que bordaban las monjas trinitarias hasta una diadema como la de la princesa Margarita. Tuvo cuanto se le ocurrió, incluso la devoción de su marido que poco a poco empezó a darse cuenta de que la vida sin esa precisa mujer sería intolerable.

 

 

Para descargar el libro completo:

 

https://stansw.files.wordpress.com/2012/04/mastretta.pdf

 

 


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martes, 13 de octubre de 2015

Red Flor de Lis / Boletin Red Flor de Lis Octubre


 

Actividades de la Red de la Flor de Lis

 



Sanación de Memorias de Guerras con la Flor de Lis

 

Han concluido 13,000 años de oscuridad y han quedado las heridas del sometimiento y abuso de la energía masculina a la energía femenina, en especial en las guerras. Esa memoria persiste en el ADN de la humanidad.

Este sábado 17 de octubre nos reuniremos en un círculo para sanar las memorias de guerras mediante una meditación canalizada por Karina Sandoval y sanación con la Flor de Lirio por Susan Ricalde.

Facilitan: Karina Sandoval y Susan Ricalde

Se sugiere a los participantes llevar una Flor de Lirio Blanca o familia de Lirios. No es imprescindible.

Retribución Simbólica: 33 soles

Lugar: Simplicity - Casa Holística. Ugarte y Moscoso 450-3, San Isidro. Altura de la 28 de Salaverry con Javier Prado.

Fecha: Sábado 17 de octubre
Hora: 15:00 horas
Informes: redflordelis@gmail.com

Curso Aprender a Canalizar en Lima


El curso está dirigido a toda persona que sienta la necesidad de interpretar los mensajes de sus guías y de su maestro interno para poder potenciar sus capacidades y enfocarse con mayor conciencia en su misión de vida.

PROGRAMA

* Qué es un guía espiritual.
* Qué es canalizar.
* Herramientas para canalizar: cristales de cuarzo, elixires, música, esencias.
* Modos de canalizar: escritura automática, grabación de voz, meditación.
* Cómo canalizar:
* El entorno apropiado.
* La relajación.
* Desmitificar.
* La voz interior
* El poder de la confianza.
* Asimilar las respuestas
* Canalizar para uno mismo
* Canalizar para otros
* Canalización en directo para los participantes
* La importancia de abrazar nuestra sombra
* Merkabah: Explicación y activación

DURANTE LAS SESIONES SE REALIZARÁN PRÁCTICAS
DE RELAJACIÓN, VISUALIZACIÓN, CONTACTO CON EL PROPIO GUÍA ESPIRITUAL Y CANALIZACIONES

Karina Sandoval
Canalizadora, Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Máster en Gestión Cultural

CUANDO
24 y 25 de octubre de 2015

Sábado 24 de 12:30pm a 18:,00hs y Domingo 25 de 10.00 a 14:00 horas.

INFORMACIÓN E INSCRIPCIONES
peru@aprenderacanalizar.com
Teléfonos: #962-545726 (RPM)

CUPOS LIMITADOS
PRECIO DEL TALLER
180 soles por persona

 


Red de la Flor de Lis - Derechos Reservados - http://www.redflordelis.com

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domingo, 11 de octubre de 2015

''María'', Manuel Payno. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

María

Manuel Payno

 

 

 

 

I

 

La madre y la hija

 

 

El mar inquieto e irritado; una cadena de ensenadas y lagunas solitarias; grupos de rocas negras; multitud de médanos que son transportados por el viento; tempestades horribles —un aspecto rudo, imponente; tal es la naturaleza de Soto la Marina—. Algunas chozas miserables, habitadas por los pobres pescadores, respiran desolación y abandono; parece que las ramas del árbol protector nunca han alcanzado a dar su sombra a aquel triste suelo. Empero aquella naturaleza salvaje carece de atractivos, porque es grandiosa y sublime —el alma de Lord Bryon, la imaginación de Schiller.

 

Se ve algunas veces un cielo hermoso como el de Oriente; otras triste, cubierto de nubes cenicientas, como el que se refleja en las ondas del Támesis—. Una tempestad horrible, el mar agitado, formando un ruido que hiela la sangre; al otro día, la luna apacible en medio del cielo, el mar quieto, el mar hermoso, el mar de plata—. Es allí la naturaleza sin duda el libro del alma, la imagen perfecta de todas las alternativas y contrastes de la existencia del hombre.

 

Detrás de una colina formada de grandes peñones, cuya base bañaban las aguas del mar, estaba edificada con ladrillo y madera una casa pequeña, que sin embargo podía reputarse como la mejor de todas las del puerto, y desde poco antes que saliese Iturbide de la república, habitaban en ella dos personas.

 

La madre era alta, gruesa y vigorosa; cuarenta primaveras que habían rodado por su cabeza, no la habían despojado de aquel semblante agradable y majestuoso, en que se trasluce una belleza devastada por el contacto de los años. Dotada de un alma enérgica, de un esfuerzo varonil y de una virtud del corazón, cumplió, como pocas, con los deberes de esposa; es decir, participó en los combates de los peligros de su esposo, le consoló en sus trabajos, lloró con él sus desgracias; fue para él un amigo, un ángel, porque su esposo, como todos los buenos mexicanos, voló a incorporarse con los primeros valientes que hicieron resonar en México los ecos sonoros de Independencia y Libertad. Dorotea era veracruzana.

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080013883/1080013883_MA.PDF

 


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domingo, 4 de octubre de 2015

''Una carta a Dios'', Gregorio López y Fuentes. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Una carta a Dios

Gregorio López y Fuentes

 

 

 

 

La casa —única en todo el valle— estaba subida en uno de esos cerros truncados que, a manera de pirámides rudimentarias, dejaron algunas tribus al continuar sus peregrinaciones... Entre las matas del maíz, el frijol con su florecilla morada, promesa inequívoca de una buena cosecha.

 

Lo único que estaba haciendo falta a la tierra era una lluvia, cuando menos un fuerte aguacero, de esos que forman charcos entre los surcos. Dudar de que llovería hubiera sido lo mismo que dejar de creer en la experiencia de quienes, por tradición, enseñaron a sembrar en determinado día del año.

 

Durante la mañana, Lencho —conocedor del campo, apegado a las viejas costumbres y creyente a puño cerrado— no había hecho más que examinar el cielo por el rumbo del noreste.

 

—Ahora sí que se viene el agua, vieja.

 

Y la vieja, que preparaba la comida, le respondió:

 

—Dios lo quiera.

 

Los muchachos más grandes limpiaban de hierba la siembra, mientras que los más pequeños correteaban cerca de la casa, hasta que la mujer les gritó a todos:

 

—Vengan que les voy a dar en la boca...

 

Fue en el curso de la comida cuando, como lo había asegurado Lencho, comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. Por el noreste se veían avanzar grandes montañas de nubes. El aire olía a jarro nuevo.

 

—Hagan de cuenta, muchachos —exclamaba el hombre mientras sentía la fruición de mojarse con el pretexto de recoger algunos enseres olvidados sobre una cerca de piedra—, que no son gotas de agua las que están cayendo, son monedas nuevas: las gotas grandes son de a diez y las gotas chicas son de a cinco...

 

Y dejaba pasear sus ojos satisfechos por la milpa a punto de jilotear, adornada con las hileras frondosas del frijol, y entonces toda ella cubierta por la transparente cortina de la lluvia. Pero, de pronto, comenzó a soplar un fuerte viento y con las gotas de agua comenzaron a caer granizos tan grandes como bellotas. Esos sí que parecían monedas de plata nueva. Los muchachos, exponiéndose a la lluvia, correteaban y recogían las perlas heladas de mayor tamaño.

 

—Esto sí que está muy malo —exclamaba el hombre— ojalá que pase pronto...

 

No pasó pronto. Durante una hora, el granizo apedreó la casa, la huerta, el monte, la milpa y todo el valle. El campo estaba tan blanco que parecía una salina. Los árboles, deshojados. El maíz, hecho pedazos.

 

El frijol, sin una flor. Lencho, con el alma llena de tribulaciones.

 

Pasada la tormenta, en medio de los surcos, decía a sus hijos:

 

—Más hubiera dejado una nube de langosta... El granizo no ha dejado nada, ni una sola mata de maíz dará una mazorca, ni una mata de frijol dará una vaina...

 

La noche fue de lamentaciones:

 

—¡Todo nuestro trabajo, perdido!

—¡Y ni a quién acudir!

—Este año pasaremos hambre...

 

Pero muy en el fondo espiritual de cuantos convivían bajo aquella casa solitaria en mitad del valle, había una esperanza: la ayuda de Dios.

 

—No te mortifiques tanto, aunque el mal es muy grande. ¡Recuerda que nadie se muere de hambre!

—Eso dicen: nadie se muere de hambre...

 

Y mientras llegaba el amanecer, Lencho pensó mucho en lo que había visto en la iglesia del pueblo los domingos: un triángulo y dentro del triángulo un ojo, un ojo que parecía muy grande, un ojo que, según le habían explicado, lo mira todo, hasta lo que está en el fondo de las conciencias.

 

Lencho era hombre rudo y él mismo solía decir que el campo embrutece, pero no lo era tanto que no supiera escribir. Ya con la luz del día y aprovechando la circunstancia de que era domingo, después de haberse afirmado en su idea de que sí hay quien vele por todos, se puso a escribir una carta que él mismo llevaría al pueblo para echarla al correo.

 

Era nada menos que una carta a Dios.

 

"Dios —escribió—, si no me ayudas pasaré hambre con todos los míos, durante este año: necesito cien pesos para volver a sembrar y vivir mientras viene la otra cosecha, pues el granizo..."

 

Rotuló el sobre "A Dios", metió el pliego y, aún preocupado, se dirigió al pueblo. Ya en la oficina de correos, le puso un timbre a la carta y echó ésta en el buzón.

 

Un empleado, que era cartero y todo en la oficina de correos, llegó riendo con toda la boca ante su jefe, le mostraba nada menos que la carta dirigida a Dios. Nunca en su existencia de repartidor había conocido ese domicilio. El jefe de la oficina —gordo y bonachón— también se puso a reír, pero bien pronto se le plegó el entrecejo y, mientras daba golpecitos en su mesa con la carta, comentaba:

 

—¡La fe! ¡Quién tuviera la fe de quien escribió esta carta! ¡Creer como él cree! ¡Esperar con la confianza con que él sabe esperar! ¡Sostener correspondencia con Dios!

 

Y, para no defraudar aquel tesoro de fe, descubierto a través de una carta que no podía ser entregada, el jefe postal concibió una idea, contestar la carta. Pero una vez abierta, se vio que contestar necesitaba algo más que buena voluntad, tinta y papel. No por ello se dio por vencido, exigió a su empleado una dádiva, él puso parte de su sueldo y a varias personas les pidió su óbolo "para una obra piadosa".

 

Fue imposible para él reunir los cien pesos solicitados por Lencho, y se conformó con enviar al campesino cuando menos lo que había reunido: algo más que la mitad. Puso los billetes en un sobre dirigido a Lencho y con ellos un pliego que no tenía más que una palabra a manera de firma: DIOS.

 

Al siguiente domingo Lencho llegó a preguntar, más temprano que de costumbre, si había alguna carta para él. Fue el mismo repartidor quien le hizo entrega de la carta, mientras que el jefe, con la alegría de quien ha hecho una buena acción, espiaba a través de un vidrio raspado, desde su despacho.

 

Lencho no mostró la menor sorpresa al ver los billetes —tanta era su seguridad—, pero hizo un gesto de cólera al contar el dinero... ¡Dios no podía haberse equivocado, ni negar lo que se le había pedido!

 

Inmediatamente, Lencho se acercó a la ventanilla para pedir papel y tinta. En la mesa destinada al público, se puso a escribir, arrugando mucho la frente a causa del esfuerzo que hacía para dar forma legible a sus ideas. Al terminar, fue a pedir un timbre el cual mojó con la lengua y luego aseguró de un puñetazo.

 

En cuanto la carta cayó al buzón, el jefe de correos fue a recogerla. Decía:

 

"Dios: Del dinero que te pedí, solo llegaron a mis manos sesenta pesos. Mándame el resto, que me hace mucha falta; pero no me lo mandes por conducto de la oficina de correos, porque los empleados son muy ladrones. Lencho".

 

 

 

Fin

 

 

 

 

Fuente:

 

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/lopez_y_fuentes/una_carta_a_dios.htm

 


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