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domingo, 11 de octubre de 2015

''María'', Manuel Payno. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

María

Manuel Payno

 

 

 

 

I

 

La madre y la hija

 

 

El mar inquieto e irritado; una cadena de ensenadas y lagunas solitarias; grupos de rocas negras; multitud de médanos que son transportados por el viento; tempestades horribles —un aspecto rudo, imponente; tal es la naturaleza de Soto la Marina—. Algunas chozas miserables, habitadas por los pobres pescadores, respiran desolación y abandono; parece que las ramas del árbol protector nunca han alcanzado a dar su sombra a aquel triste suelo. Empero aquella naturaleza salvaje carece de atractivos, porque es grandiosa y sublime —el alma de Lord Bryon, la imaginación de Schiller.

 

Se ve algunas veces un cielo hermoso como el de Oriente; otras triste, cubierto de nubes cenicientas, como el que se refleja en las ondas del Támesis—. Una tempestad horrible, el mar agitado, formando un ruido que hiela la sangre; al otro día, la luna apacible en medio del cielo, el mar quieto, el mar hermoso, el mar de plata—. Es allí la naturaleza sin duda el libro del alma, la imagen perfecta de todas las alternativas y contrastes de la existencia del hombre.

 

Detrás de una colina formada de grandes peñones, cuya base bañaban las aguas del mar, estaba edificada con ladrillo y madera una casa pequeña, que sin embargo podía reputarse como la mejor de todas las del puerto, y desde poco antes que saliese Iturbide de la república, habitaban en ella dos personas.

 

La madre era alta, gruesa y vigorosa; cuarenta primaveras que habían rodado por su cabeza, no la habían despojado de aquel semblante agradable y majestuoso, en que se trasluce una belleza devastada por el contacto de los años. Dotada de un alma enérgica, de un esfuerzo varonil y de una virtud del corazón, cumplió, como pocas, con los deberes de esposa; es decir, participó en los combates de los peligros de su esposo, le consoló en sus trabajos, lloró con él sus desgracias; fue para él un amigo, un ángel, porque su esposo, como todos los buenos mexicanos, voló a incorporarse con los primeros valientes que hicieron resonar en México los ecos sonoros de Independencia y Libertad. Dorotea era veracruzana.

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080013883/1080013883_MA.PDF

 


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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