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miércoles, 25 de febrero de 2015

''Gog'', Giovanni Papini. Novela

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Gog

Giovanni Papini

 

 

 

 

Satán será liberado de su cárcel y saldrá

para reducir a las naciones, Gog y Magog...

-APOCALIPSIS, XX, 7

 

 

 

 

COMO CONOCÍ A GOG

 

Me avergüenza decir dónde conocí a Gog; en un manicomio particular.

 

Fui allí con objeto de hacer compañía a un joven poeta dálmata, a quien la pasión desesperada por una sombra —la amada era una «reina de la pantalla» y únicamente en la pantalla le había sonreído— condenaba al delirio. Como ordinariamente estaba tranquilo, el director de aquella casa para locos pensionistas —enano de estatura, pero elegante por su carnosidad— nos permitía estar juntos en el jardín. Aquí y allá, a la sombra de los cedros y de los castaños de Indias, había mesas redondas de hierro y sillas, como en los cafés. Enfermeros pálidos, vestidos de blanco, transcurrían por los paseos, disimulando su vigilancia.

 

Un día muy caluroso en que el poeta y yo estábamos hablando, se acercó a nuestro velador uno de los huéspedes. Era un monstruo que debía tener medio siglo, vestido de verde claro. Alto, pero mal garbado: no tenía ni un solo pelo en toda la cabeza; sin cabellos, sin cejas, sin bigotes, sin barba. Un informe bulbo de piel desnuda, con excrecencias coralinas. La cara era de un escarlata oscuro, casi pavonado, y anchísima. Uno de los ojos era de un bello celeste un poco ceniciento; el otro, casi verde con estrías de un amarillo de tortuga. Las mandíbulas eran cuadradas y potentes; los labios, macizos pero pálidos, se entreabrían en una sonrisa completamente metálica, de oro.

 

Saludó, sin hablar, al poeta y se sentó a nuestro lado. No abrió la boca, pero pareció que seguía atentamente nuestra conversación.

 

Me enteré después, por mi amigo, que éste era Gog.

 

Su verdadero nombre era, según parece, Goggins, pero desde joven le habían llamado siempre Gog, y este diminutivo le gustó porque le circundaba de una especie de aureola bíblica y fabulosa; Gog, rey de Magog. Había nacido en una de las islas Hawai, de una mujer indígena y de padre desconocido, pero seguramente de raza blanca. A los dieciséis años, embarcado como boy de cocina en un vapor americano, había llegado a San Francisco y vivido en varios puntos de California, a la ventura. Después de algunos años, no se sabe cómo, logró algunos millares de dólares y se trasladó a Chicago. Tenía el genio de business o un demonio de su parte, porque en poco tiempo su fortuna en dinero se hizo enorme, incluso para el Ohio. Al terminar la guerra era uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, es decir del planeta. En 1920 se retiró, sin grandes pérdidas, de todas sus empresas y depositó sus millones, unos aquí y otros allá, en todos los Bancos del mundo.

 

—Hasta ahora —decía— he sido un galeote del dinero; pero de hoy en adelante debe ser mi servidor. No quiero esperar, como mis semejantes, a quedarme chocho para descubrir los medios de gozar.

 

Comenzó en aquel tiempo, para Gog, una vida nueva; investigaciones febriles, carreras a través de los continentes, sorpresas, locuras, fugas. No tenía mujer ni hijos, pero no le faltaban animadores, parásitos, ayudantes, consejeros, cómplices.

 

Es preciso tener en cuenta la peligrosa mezcla que había en él; un semisalvaje inquieto que tenía bajo su dominio las riquezas de un emperador. Un descendiente de caníbales que se había apoderado, permaneciendo bruto, del más espantoso instrumento de creación y de destrucción del mundo moderno.

 

Ignorantísimo, quiso ser iniciado en las más refinadas drogas de una cultura de putrefacción. Ya casi sedentario, quiso conocer todas las patrias —él, que no tenía patria verdadera—. Animalesco por el origen y la vocación, quiso proporcionarse todas las formas del epicureísmo cerebral de nuestros tiempos.

 

Me hace el efecto de que en esa dilapidación maniática adquirió un olfato perverso para las más radicales ideologías, pero reforzó al mismo tiempo su barbarie ingénita. Su cerebro era, en algunos momentos, capaz de rebasar los más exasperantes modernismos, pero su alma se había vuelto más árida y cruel que la de sus antepasados maternos.

 

Toda la inteligencia instintiva que le había ayudado para el saqueo legal de los millones, la empleaba ahora para el acaparamiento febril de las rarezas y de las voluptuosidades de toda especie, para satisfacer los más inverosímiles deseos, los caprichos más infames y fantásticos.

 

A los siete años de llevar esta vida gastó las tres cuartas partes de su capital y de su salud. Desde 1928 fue de sanatorio en sanatorio, siempre ansioso e impaciente, presa de frenesí de cambio y de novedad. Los médicos intentaban retener un huésped tan explotable, pero no lo conseguían. Ningún alienista pudo definir su enfermedad; habían quien hablaba de síndrome psicasténico, quien de una alteración de la personalidad, quien de locura moral; los más opinaban que tenía más de una tara, y de tal modo confundidas entre sí que no permitían más que simulacros de curación, a ciegas. Cuando había permanecido en uno de esos asilos tres o cuatro meses, quería ser transportado a otro —a aquél, el verdadero— y se ponía tan furioso que tenían que contentarle a la fuerza.

 

Cuando le conocí se hallaba allí desde hacía poco. Y todas las veces que fui a visitar a mi poeta le veía también a él. Comenzó a hablarme. De este modo pude saber, un poco por él y un poco por los médicos, su historia. Su conversación era singularísima; pasaba de un discurso paradójico, pero al mismo tiempo inteligente, a manifestaciones de una vulgaridad peor que plebeya, bestial. Parecía que estuviesen unidos en él Asmodeo, con su agudeza cínica, y Calibán, con su ciega torpeza de bruto.

 

Pero conmigo hablaba gustoso. He tenido siempre la virtud de aplacar a los agitados y de amansar a los locos. Un día, después de haber hablado más que de costumbre, se marchó a su habitación —vivía en una villa, toda para él, en el parque del manicomio— y volvió para entregarme un envoltorio de seda verde.

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

 

http://www.ciudadseva.com/textos/novela/gog.htm

 


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