Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
Vathek (relato árabe)
William Beckford
Vathek, noveno Califa de la estirpe de los Abbassidas, era hijo de Motassem y nieto de Haroun Al-Rachid. Subió al trono en la flor de la edad. Las grandes cualidades que ya entonces poseía daban a sus súbditos la esperanza de que su reinado iba a ser largo y feliz. Su rostro era agradable y majestuoso; pero cuando se encolerizaba uno de sus ojos se hacía tan terrible que su mirada resultaba intolerable: el desgraciado sobre quien la fijaba caía de espaldas y, a veces, incluso expiraba en aquel mismo instante. De modo que, temiendo despoblar sus estados y convertir su palacio en un desierto, el príncipe sólo se encolerizaba muy de tarde en tarde.
Era bastante aficionado a las mujeres y a los placeres de la mesa, su generosidad no tenía límites y sus orgías eran desmesuradas. No creía, como Ornar Ben Abdalaziz, que fuese necesario convertir este mundo en un infierno para ganar el paraíso en el otro.
Sobrepasó en magnificencia a todos sus predecesores. El palacio de Alkorremi, construido por Motassem en la colina de los caballos píos, y que dominaba toda la ciudad de Samarah, no le pareció suficiente. Le añadió cinco alas o mejor dicho, cinco palacios más, y destinó cada uno de ellos a la satisfacción de uno de los sentidos.
En el primero de aquellos palacios las mesas estaban siempre repletas de los manjares más exquisitos. Se renovaban noche y día, a medida que iban enfriándose. Los más delicados vinos y los mejores licores manaban a chorros de cien fuentes que jamás se secaban. Aquel palacio se llamaba Festín eterno o Insaciable.
El segundo palacio se llamaba Templo de la melodía o Néctar del alma. En él se albergaban los mejores músicos y poetas de aquellos tiempos, que tras haber ejercitado sus talentos en aquel lugar, se dispersaban por grupos y hacían resonar con sus cantos los alrededores.
El palacio denominado Delicias de los ojos o Soporte de la memoria, era un continuo encantamiento. Se hallaban allí, en profusión y buen orden, rarezas traídas de todos los rincones del mundo. Podía verse una galería de cuadros del célebre Mani y estatuas que parecían animadas. Allí una perspectiva bien buscada encantaba la vista; aquí, la magia de la óptica la engañaba placenteramente; acullá se hallaban todos los tesoros de la naturaleza. En una palabra, Vathek, el más curioso de los hombres, no había omitido en aquel palacio nada de cuanto podía satisfacer la curiosidad de quienes lo visitaban.
El palacio de los perfumes, que se llamaba también Aguijón de la voluptuosidad, estaba dividido en varias salas. Antorchas y lámparas aromáticas estaban siempre encendidas, incluso en pleno día. Para disipar la agradable embriaguez que aquel lugar producía, se bajaba a un vasto jardín en el que la unión de todas las flores hacía respirar un aire suave y restaurador.
En el quinto palacio llamado Reducto de la alegría o El peligroso, se hallaban varios, grupos de muchachas. Eran hermosas y obsequiosas como Hurís y jamás se cansaban de dispensar buena acogida a quienes el califa quería admitir en su compañía.
Pese a todas las voluptuosidades en las que Vathek se sumía, aquel príncipe no era por ello menos amado ni menos querido por sus súbditos. Se creía que un soberano entregado al placer es, por lo menos, tan apto para gobernar como aquel que se declara su enemigo. Pero su carácter ardiente e inquieto no le permitió limitarse a eso. Mientras su padre vivía, había estudiado tanto, para no aburrirse, que sabía en exceso; quiso, finalmente, saberlo todo, incluso las ciencias que no existen. Le gustaba discutir con los sabios; pero éstos no debían llevar demasiado lejos la contradicción. A unos les cerraba la boca por medio de regalos; aquellos cuya tozudez resistía su liberalidad eran enviados a prisión para calmar sus ímpetus; remedio que con frecuencia tenía éxito.
Vathek quiso también intervenir en las querellas teológicas, y no se declaró a favor de la opinión tenida por lo general como ortodoxa. Por esta razón, todos los devotos se pusieron contra él; entonces les persiguió, pues quería tener razón al precio que fuera.
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