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lunes, 12 de mayo de 2014

''El marqués de Sade'', Simone de Beauvoir. Existencialismo

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

El marqués de Sade

Simone de Beauvoir

 

 

 

Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la  imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiaré.

 

 

Prefirieron matarlo. Al comienzo a fuego lento en el tedio de los calabozos y,  después, por la calumnia y el olvido. Esta clase de muerte, la había deseado: "Una vez cubierta la fosa sembrarán encima de ella bellotas para que después... las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra; me complazco en pensar que mi memoria se borrará también en el espíritu de los hombres..." De sus últimas voluntades, sólo ésta fue respetada, pero con un cuidado especial: el recuerdo de Sade ha sido desfigurado por leyendas estúpidas; su nombre mismo diluido en pesados vocablos: sadismo, sádico. Sus diarios íntimos fueron perdidos, quemados sus manuscritos —los diez volúmenes de sus Jornadas de Florabelle, con la instigación de su propio hijo— sus libros prohibidos. Si bien hacia las postrimerías del siglo XIX Swinburne y algunos curiosos se interesaron por su caso, fue preciso aguardar a Apollinaire para que se le devolviera su lugar en las letras francesas. Lugar que todavía se halla lejos de haber conquistado oficialmente. Cabe hojear las compactas y minuciosas obras sobre "las ideas del siglo XVIII", también sobre "la sensibilidad" en el mismo siglo, sin encontrar una sola vez su nombre. Compréndese entonces que, como reacción en contra de ese silencio escandaloso, los devotos de Sade hayan sido impulsados a saludar en él a un profeta genial. Su obra anunciaría a la vez a Nietzsche, a Stirner, a Freud y al superrealismo; pero ese culto, basado como todos los cultos sobre un malentendido, divinizando al "divino marqués", lo traicionaba a su vez; pues, cuando en realidad desearíamos comprender, se nos obliga a adorar. Los críticos que no hacen de Sade ni un depravado ni un ídolo sino un hombre y un escritor, se cuentan con los dedos de la mano. Gracias a ellos, Sade ha retornado al fin a la tierra, entre nosotros. Pero, ¿en qué lugar preciso lo situaríamos? ¿En virtud de qué mérito se hace acreedor a nuestro interés? Hasta sus propios admiradores reconocen de buena gana que la mayor parte de su obra resulta ilegible; filosóficamente, tampoco escapa a una trivialidad que puede llegar hasta la incoherencia. En cuanto a sus vicios, no nos asombran precisamente por su originalidad. En ese dominio, Sade no ha inventado nada y se encuentran profusamente en los tratados de psiquiatría casos tan extraños como el suyo. En rigor de verdad, Sade no se impone a nuestra atención ni como autor ni como pervertido sexual: si lo logra, es por la relación que supo establecer entre esos dos aspectos de su persona. Las anomalías de Sade asumen su valor desde el momento en que, en lugar de padecerlas como algo impuesto por su propia naturaleza, se propone elaborar todo un sistema con el propósito de reivindicarlas. A la inversa, sus libros nos atraen desde el instante en que comprendemos que, a través de sus reiteraciones, sus lugares comunes y hasta sus torpezas, trata de comunicarnos una experiencia cuya particularidad reside en desearse incomunicable. Sade ha intentado convertir su destino psicofisiológico en una elección moral. Y de ese acto, mediante el cual asumía la responsabilidad de su apartamiento, pretendió hacer un ejemplo y un llamado: es allí donde su aventura asume tan amplia significación humana. ¿Podemos, sin renegar de la individualidad, satisfacer nuestras aspiraciones a lo universal? ¿O es solamente mediante el sacrificio de nuestras diferencias que logramos integrarnos en la colectividad? Este problema nos atañe a todos. En el caso de Sade, las diferencias son llevadas hasta el escándalo y la magnitud de su tarea literaria nos revela con cuanto apasionamiento ansiaba ser aceptado por la comunidad humana. El conflicto que ningún individuo puede eludir sin mentirse, se presenta en él en su forma más patética. Aquí reside la paradoja y en cierto modo el triunfo de Sade: en el hecho de que, por haberse obstinado en sus singularidades, nos ayuda a definir el drama humano en su generalidad.

 

Para comprender el desarrollo de Sade, para captar en esta historia la parte que corresponde a su libertad, para medir sus éxitos y sus fracasos, sería útil conocer exactamente los datos de su situación humana. Infortunadamente, pese al celo de los biógrafos, la persona y la historia de Sade susténtanse sobre muchos puntos oscuros. De él no poseemos ningún retrato auténtico; y las descripciones que sus contemporáneos nos han dejado, son muy pobres. Las deposiciones del proceso de Marsella nos lo muestran a los treinta y dos años con "figura agraciada y rostro pleno", de talla mediana, ataviado con un frac gris y calzón de seda color "souci", pluma en el sombrero, espada al costado, bastón en la mano. Helo ahora a los cincuenta y tres años, de acuerdo con un certificado de residencia fechado el 7 de mayo de 1793: "Talla, cinco pies doce pulgadas, cabellos casi blancos, rostro redondo, frente descubierta, ojos azules, nariz común, mentón redondo".

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://www.rojosobreblanco.org/descargas/futuras/Beauvoir,%20Simone%20De%20-%20El%20marques%20de%20Sade.pdf


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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