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lunes, 11 de febrero de 2013

''El sueño de la mujer del pescador'', K. Hokusai. Pintura erótica japonesa, XXX

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

El sueño de la mujer del pescador

Katsushika Hokusai

 

 

Los grabados japoneses de Hokusai señalan el trance del erotismo, la enajenación de la conciencia en el placer erótico, el abandono, la entrega, incluso a una ensoñación. La fantasía, aquí, viene a suplir otra carencia: por más que una relación de pareja pueda satisfacer enormemente, siempre —y en el fragor erótico más— hay una parte de insatisfacción que alimenta esa búsqueda constante de la pérdida; se quiere más, y más intenso cada vez; y, a veces, la relación normal no nos lo puede ofrecer, entonces se recurre a la fantasía, y el Otro se reviste aún de una distinta otredad que la que aparenta, y lo imaginamos siendo distinto, y al sentirle distinto, al descubrirle otro, nuestra satisfacción es mayor; de ahí que la sorpresa sea el mejor recurso para mantener viva una pasión amorosa. Cuanto más caleidoscópica es una persona menos nos arrumbará en la monotonía y la rutina, que es muerte de la pasión.

 

En los preciosos y preciosistas grabados japoneses, la temática conforma un grupo específico de la pintura flotante —o ukiyo-e, denominado shunga o pinturas eróticas— se puede ver cómo está tratado el erotismo desde la perspectiva lejana de otra cultura, la japonesa, menos puritana que la nuestra (erotismo que no está reñido con las religiones que allí se profesan: shintoísmo, budismo o confucianismo).

 

En ella, en esta cultura, las relaciones amorosas son muy explícitas y naturales, pero, también, poseen un mayor componente espiritual que en occidente; pues no se concebía, ya en la Era de Heian (700-1100 años de nuestra era), pero también, en la de Tokugawa (Siglos XVII-XIX), una relación meramente física sin su correlato lírico; es decir: tras una noche de relaciones, los amantes, a la mañana siguiente, se dedican poemas ensalzando su amor; si a un amante que abandona el lecho al llegar el alba, no se le ocurre enviar un poema a la amante, ese pobre hombre lo tendrá difícil para volver a tener relaciones con esa mujer, pues es tanto como decirle que ni su amor ni su entrega le han inspirado más que un desahogo carnal, con lo que probablemente caerá en desgracia.

 

En esta escena legendaria, una buceadora (la bella Tamatori) debe de recuperar una piedra preciosa arrebatada por el Dios del Mar (un dragón imponente) cuando viajaba en barco desde China a Japón, como dote de un desposorio real; la valiente incauta se sumerge hacia el palacio del dios-dragón y cuando está a punto de lograr recuperar la preciosa joya es sorprendida por un emisario de este dios —o el mismo dios—. Ella, ni corta ni perezosa, se abre el pecho con el puñal que lleva para defenderse y esconde ahí la piedra. El dios-dragón —o el pulpo gigantesco que la persigue—, la mata, pero no encuentra la piedra en su poder, devolviéndola a la superficie. Cuando recuperan su cuerpo, descubren la joya en su interior y la ensalzan por su heroica muerte.

 

Esta historia es vuelta a lo profano y parodiada por el genio de Hokusai, que da rienda suelta a su imaginación y recogiendo historias populares cambia el final: el dios toma la forma de un gigantesco pulpo que, seducido por la belleza de la ladrona, probablemente la mate…, pero de placer. La pintura va acompañada de unos diálogos que despejan cualquier duda sobre lo que realmente acontece en la escena.

 

La representación de Hokusai no puede ser más sugerente, y es una de las que más carga erótica destila de todo el amplio abanico de autores y obras shunga. Su título: El sueño de la mujer del pescador, evoca esa fantasía a que antes aludía: un viscoso y mórbido molusco, de grandes ojos y lúbrica boca, con ocho tentáculos que pueden atender, a la vez, a varias zonas erógenas, y un pulpito más pequeño, y cómplice del grande, jugueteando con la lengua que sale de la boca de la afortunada desafortunada. La disposición de la buceadora no es de resistencia sino de disfrute, de entrega, de abandono al dios del mar que le susurra, labio contra labio, los secretos de un amor que solo existe en las profundidades abisales.

 

Erotismo puro y excesivo, tránsido y húmedo; no es de extrañar que a Pablo Picasso (y no solo a él, a Degas, a Cezanne, a Van Gogh, a Gauguin, antes que a él) le subyugara este refinado arte japonés de los polícromos y delicados grabados ukiyo-e, pero también en su vertiente erótica.

 

 

 

Fuente: http://consentidoscomunes.blogspot.mx/2010/07/erotismo-y-mistica-el-extasis.html


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