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lunes, 15 de octubre de 2012

La hospitalidad a los extranjeros. Fernando Savater, filósofo español

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

El cíclope Polifemo y la hospitalidad

Fernando Savater

(filósofo español)

 

 

La literatura no empieza con un hombre solo sentado ante una mesa, escribiendo sobre un pergamino con una larga pluma de ave mojada en tinta, sino con un corro de hombres y mujeres acuclillados en torno a un fuego mientras alguien cuenta una historia. Quizá es de noche: se protegen dentro de una cueva de la lluvia, del frío, de las fieras que rondan y acechan. Acércate a escuchar. ¿Qué les narra ese hombre cuyas palabras tienen a todos tan fascinados? Habla de las aventuras de alguien singular que cruzó los mares, desafió a las montañas y se enfrentó con los monstruos. Narra batallas en las que intervienen muchos guerreros humanos y a veces algunos dioses que debían estar aburridos. También aparecen mujeres: la mayoría se limitan a ser hermosas y los varones las cortejan, a veces las raptan o luchan a muerte por ellas; pero otras son valientes, astutas, emprendedoras, fieles a sus maridos o retorcidamente malignas como brujas. El protagonista de ese relato que alguien cuenta mientras los demás escuchan conteniendo la respiración se parece a nosotros pero no del todo: por lo visto no tiene miedo a la muerte como lo tenemos tú y yo. Y los otros se animan escuchando su historia y le llaman héroe porque aprenden gracias a él que la muerte no domina donde hay un gran corazón.

 

Ese hombre que habla es el narrador o, si prefieres, el poeta. Al primero de esos poetas —que aún no escribieron pero que cantaron y contaron hermosas historias— nosotros le llamamos Homero. Muchos años después de su muerte, alguien reunió los cuentos que tantos le escucharon en dos grandes libros: el primero de ellos, la Ilíada, trata del largo asedio de la ciudad de Troya por una alianza de guerreros aqueos llegados desde todas partes de Grecia para rescatar a la hermosa reina Helena; el segundo, la Odisea, relata las peripecias sufridas por uno de esos guerreros —Ulises, rey de la isla de Ítaca— hasta volver a su casa, navegando por gran parte del Mediterráneo. La Odisea es una magnífica novela de aventuras, la primera de todas y la que ha tenido más imitadores. Si la lees te encontrarás zarandeado por tempestades y naufragios, verás aparecer monstruos implacables, serás hechizado por brujerías, sabrás cómo un rey tuvo que disfrazarse de mendigo para recuperar su trono, cómo la flecha de un arco formidable se clavó en el corazón de la verdad y cómo un viejo perro ciego fue capaz de ver lo que nadie veía. Sobre todo, conocerás a Ulises: astuto, fuerte, obstinado, tramposo y audaz. Hace ya casi tres mil años que los lectores estamos enamorados de él...

 

Uno de los adversarios más tremendos contra los que tienen que enfrentarse Ulises y sus compañeros en su famoso viaje es el cíclope Polifemo. Se trata de un gigante antropófago con sólo un gran ojo en la cara, que vive en una isla habitada únicamente por otros feroces salvajes de su misma especie. ¿Te acuerdas de los ogros, esos personajes amenazantes que aparecen en tantos cuentos, como El gato con botas o Juan sin Miedo? Pues Polifemo es el primer ogro de la literatura y sirve de modelo a muchos otros.

 

El cíclope tiene su guarida en una gran cueva, donde guarda también un rebaño de enormes ovejas. Ulises y sus camaradas se acercan a él como amigos, esperando alimento y cobijo, pero Polifemo les hace prisioneros para ir devorándolos poco a poco. Por fortuna, el cíclope no conoce el vino, ese invento maravilloso de la gente mediterránea, y cuando Ulises se lo da a probar se entusiasma con tan grata bebida: es bruto, pero menos de lo que parece. Después Polifemo se duerme borracho como una cuba, Ulises le ciega el único ojo con una estaca bien afilada y los griegos se escapan ocultos entre las lanas de las ovejas ciclópeas.

 

No creas que Homero y sus oyentes consideraban a Polifemo un monstruo por su enorme tamaño, ni por su único ojo, ni por vivir en una caverna. Lo monstruoso del cíclope era su falta de "hospitalidad". A los pobrecillos que llegaban cansados y estremecidos de luchar contra las olas no les ofreció ayuda, sino que los trató como a animales. Para aquellos antiguos griegos, como para tantas otras culturas, no había peor pecado que esa falta de hospitalidad. Acuérdate cuando veas en tu ciudad al extranjero, al inmigrante, al que pide refugio y comprensión. No seamos nosotros ogros odiosos para ningún ser humano.

 

 

Fuente: http://blog.educastur.es/tendales/files/2007/11/fernando-savater-malos-y-malditos.pdf



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