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domingo, 13 de septiembre de 2015

''La Rumba'', Ángel del Campo. Novela

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

La rumba

Ángel del Campo y Valle

 

 

 

 

 

I

 

 

La iglesia era una ruina; el terciopelo del musgo bordaba las cornisas, daba tintes negruzcos a la cúpula y descendía en alargadas manchas hasta el piso como si fuera el rastro de seculares escurrimientos de lluvia.

 

Se perfilaba tristemente su torre sin campanas en el incendio de la púrpura vespertina; recortábase como una filigrana en el horizonte, bocas de fragua parecían o sus ventanas ojivales y ligera red de alambres sus enmohecidas rejas. Diríase que era una momia, oscura, con huellas de lepra, respirando muerte si algunos pájaros en festivo grupo no alegraran el silencio del abandonado campanario. Abatíanse en los florones de la cúpula, aleteaban en la torcida cruz, picoteaban el libro abierto que tenía en la mano un santo de cantería, y atronaban entrando al coro —por los vidrios rotos o viajando de una enorme cuarteadura llena de nidos al alambre del teléfono y de ahí a un árbol de pirú, que lloraba sus frondas cargadas con racimos de coral sobre los arcos de la casa del cura.

 

Siempre estaba cerrada por falta de culto. Los domingos, repicaba su campana rajada llamando a la única misa que se celebraba: la de doce.

 

Alzábase carcomida sobre el enjambre de casucas miserables del suburbio y haciendo más grande la soledad de La Rumba, inmensa plazuela que se extendía a su frente y en la cual desembocaba un dédalo de oscuras callejuelas.

 

La Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contábase que era el albergue de las gentes de mala alma; una temible guarida de asesinos y ladrones, y citaban el nombre de un Florencio Carvajal, que debía siete vidas; Marcos Pezuela, zapatero, había envejecido en Belén y después de extinguir su condena se había refugiado en aquel vivero de malhechores.

 

Y era triste aquel lugar enorme, desierto; una fuente seca que servía de muladar era el centro; los desechos de todo el vecindario: ollas rotas, zapatos inconocibles, inmundicia, hasta ramos de flores marchitas de la parroquia se hacinaban en aquella fuente, de la que surgía una cruz de piedra, que conservaba pedazos de papel dorado, colgajos de papel de China y una podrida guirnalda de ciprés, restos quizá de alguna fiesta, destruidos por la lluvia, el viento y la intemperie.

 

Un chopo escueto se bamboleaba a su lado, tan falto de frondas y llenos de varejones, que parecía una escoba de ramas secas enterrada en el polvo.

 

En derredor corría un círculo de casas. Bajo un portal estaba un tenducho: La Rumba; en una esquina la pulquería Los ensueños de Armando; en las enmohecidas rejas de la casa menos vieja y en el fondo de un pizarrón, el blanco letrero de Amiga Municipal; una maderería elevaba hasta el cielo una pirámide de tablones que sobresalían de las tapias, y más allá arrojaba un penacho de humo la negra chimenea de no sé qué fábrica.

 

Reinaba un profundo silencio en aquel lugar; llegaban confusos los toques de corneta del cuartel cercano. De un lado a otro no podía distinguirse a una persona y aparecía como una mancha amarilla el tranvía que desembocaba del callejón del Tecolote.

 

Sonaban lejanos, metálicos, los martillazos de una herrería: la de Cosme Vena, que se adivinaba en la acera contraria por el manchón rojizo de las ascuas en el fondo de una casuca.

 

Raros eran los transeúntes: el cura que atravesaba de la parroquia a la tienda; a las once, los soldados que hacían la limpieza de los caballos en La Rumba, y les daban agua en larga pileta pegada a la tapia de la Iglesia; algunos arrieros que se apeaban en la pulquería y dejaban vagar sus recuas en el polvo, mientras el jefe desensillaba su rocinante y en un ayate le desparramaba un poco de trigo, y con un cabestro lo ataba al chopo. El animal comía a la delgada sombra del árbol, importunado por la negra nube de moscas que surgía de las basuras de la fuente y lo acosaban sin que cesara de sacudir su cola enlodada a diestra y siniestra.

 

 

 

 

Para descargar el texto completo:

 

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Rumba.pdf

 


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