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domingo, 10 de mayo de 2015

''Ensayos sobre política y cultura'', Herbert Marcuse. Sociología

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Ensayos sobre política y cultura

Herbert Marcuse

 

 

 

 

La ideología de la muerte (último capítulo)

 

 

 

 

En la historia del pensamiento occidental, la interpretación de la muerte ha recorrido toda la escala, desde la idea de un mero hecho natural, relativo al hombre como materia orgánica, hasta la idea de muerte como telos de la vida, como característica, distintiva de la existencia humana. De estos dos polos opuestos pueden inferirse dos morales en contraste: por una parte, la actitud hacia la muerte es la aceptación escéptica o estoica de lo inevitable, o incluso la represión de la idea de muerte durante la vida; por otra, la glorificación idealista de la muerte es lo que da "significado" a la vida, o la condición previa de la "verdadera" vida del hombre. Si la muerte se considera como un acontecimiento esencialmente externo aunque biológicamente interno de la existencia humana, la afirmación de la vida tiende a ser una afirmación final y, por decirlo así, incondicional: la vida sólo es y puede ser redimida por la vida. Pero si la muerte aparece como un hecho tanto esencial como biológico, tanto ontológico como empírico, la vida queda trascendida incluso aunque la trascendencia no asuma una forma religiosa. La existencia empírica del hombre, su vida material y contingente, se define entonces en términos de —y es redimida por— algo diferente de ella misma: se dice que vive en dos dimensiones fundamentales diferentes e incluso en conflicto, y su "verdadera" existencia implica una serie de sacrificios en su existencia empírica que culmina con el sacrificio supremo: la muerte. A esta idea de la muerte se refieren las siguientes notas.

 

Resulta notable la medida en que la idea de la muerte como una necesidad no solamente biológica sino ontológica ha impregnado la filosofía occidental; notable porque la superación y el dominio de la mera necesidad natural ha sido considerada en otros terrenos como el distintivo de la existencia y del esfuerzo humanos. Semejante elevación de un hecho biológico a la dignidad de esencia ontológica parece ir en sentido contrario a una filosofía que considera que una de sus principales tareas es la distinción y la discriminación entre los hechos naturales y los hechos esenciales, y enseñar al hombre a trascender los primeros. No hay duda de que la muerte que se presenta como una categoría ontológica no es simplemente el final natural de la vida orgánica; lo que se ha convertido en parte integrante de la existencia misma del hombre es más bien el fin comprendido, "apropiado". Sin embargo, este proceso de comprensión y de apropiación ni cambia ni trasciende el hecho natural de la muerte, sino que sigue siendo, en sentido bruto, desesperanzada sumisión a él.

 

Ahora bien: toda reflexión filosófica presupone la aceptación de los hechos, pero, a continuación, el esfuerzo intelectual consiste en disolver su facticidad inmediata, situándolos en el contexto de unas relaciones en que se vuelven comprensibles. Aparecen así como el producto de unos factores, como algo que ha llegado a ser lo que es o que se ha convertido en lo que es, como elementos en un proceso. El tiempo es un constituyente de los hechos. En este sentido, todos los hechos son históricos. Una vez comprendidos en su dinámica histórica, se vuelven transparentes como puntos nodales de cambios posibles; de cambios definidos y determinados por el lugar y la función de cada hecho en la respectiva totalidad en cuyo interior ha cristalizado. No existe la necesidad, hay solamente grados de necesidad. La necesidad revela una falta de poder: la incapacidad de cambiar lo que es; el término sólo es significativo como correlato de libertad: es el límite de la libertad. La libertad implica conocimiento, cognición. La penetración de la necesidad es el primer paso para su disolución, pero la necesidad comprendida no es todavía la libertad. Esta última exige el paso de la teoría a la práctica, el dominio real de aquellas necesidades que impiden o dificultan la satisfacción de necesidades. En este paso, la libertad tiende a ser universal, pues la servidumbre de los que son no libres reduce la de quienes dependen de su servidumbre (como el amo depende del trabajo de su esclavo). Semejante libertad universal puede ser no deseada o no deseable, o impracticable, pero en este caso la libertad no es todavía real: queda aún un reino de necesidad incomprensible e inconquistable.

 

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/marcuseh/esc_frank_marcuse0003.pdf

 


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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