Pages

lunes, 2 de marzo de 2015

''Yonqui'', Williams Burroughs. Novela

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Yonqui

William Burroughs

 

 

 

Uno

 

 

Mi primera experiencia con droga fue durante la guerra, en 1944 o 1945. Había conocido a un hombre llamado Norton que por entonces trabajaba en unos astilleros. Norton, cuyo verdadero nombre era Morelli o algo así, había sido expulsado del Ejército antes del comienzo de la guerra por falsificar cheques, y fue clasificado 4-F debido a su mal carácter. Se parecía a George Raft, aunque era más alto. Norton estaba intentando mejorar su inglés y adquirir unos modales afables, educados. Sin embargo, en él la afabilidad no resultaba natural. En calma, su expresión era hosca y sombría, y se daba uno cuenta de que siempre tenía ese aspecto sórdido en cuanto le dabas la espalda.

 

Norton era un ladrón empedernido, y no se sentía bien si no robaba algo todos los días en los astilleros donde trabajaba. Alguna herramienta, unas latas de conservas, un par de monos de mecánico, cualquier cosa. Un día me llamó y me dijo que había robado una metralleta Thompson. ¿Sabía de alguien que quisiera comprarla? Yo le dije:

 

—Es posible. Tráela.

 

La escasez de viviendas estaba en pleno apogeo. Yo pagaba quince dólares a la semana por un asqueroso apartamento que daba a la escalera y jamás veía la luz del sol. El empapelado estaba desgarrado porque el radiador dejaba salir el agua cuando había agua que pudiera salir de él.

 

Tenía las ventanas forradas con papel de periódico para protegerme del frío. Todo estaba lleno de cucarachas y ocasionalmente mataba alguna chinche.

 

Estaba sentado junto al radiador, un tanto mojado por el vapor, cuando oí llamar a Norton. Abrí la puerta y allí estaba en el oscuro vestíbulo con un enorme paquete envuelto en papel de estraza bajo el brazo. Sonrió y dijo:

 

—Hola.

 

Yo dije:

 

—Entra, Norton, y quítate el abrigo.

 

Desenvolvió la metralleta y nos acercamos a ella y apretó el gatillo.

 

Dije que encontraría alguien que la comprara.

 

Norton dijo:

 

—Mira, aquí tengo otra cosa que me he pulido.

 

Se trataba de una caja amarilla con cinco ampollas de medio grano de tartrato de morfina.

 

—Esto es sólo una muestra —dijo señalando la morfina—. Tengo otras quince cajas en casa y puedo conseguir muchas más si te deshaces de éstas.

—Veré lo que puedo hacer —le dije.

 

En aquella época yo nunca había tomado drogas y tampoco se me había ocurrido probarlas.

 

Empecé a buscar alguien que quisiera comprar las dos cosas y fue entonces cuando entré en contacto con Roy y Hermán.

 

Yo conocía a un joven maleante de la zona norte de Nueva York que trabajaba de cocinero en Jarrow, «para disimular», como él decía. Le llamé y le dije que tenía algo que colocar y nos citamos en el bar Angle de la Octava Avenida, cerca de la calle 42.

 

Este bar era el lugar de reunión de los maleantes de la calle 42, un grupo de fanfarrones y criminales en potencia. Siempre estaban buscando alguien que les invitara a una copa, alguien que planeara un asunto y les dijera exactamente lo que tenían que hacer. Como nadie que planeara algo serio se arriesgaba a contar con tipos tan evidentemente ineptos, cenizos y fracasados, ellos seguían buscando, fabricando mentiras disparatadas sobre golpes fabulosos y trabajando ocasionalmente de lavaplatos, camareros, pinches, ligando de vez en cuando a un borracho o a un marica tímido; buscando, siempre buscando quien les propusiera un buen asunto, alguien que les dijera:

 

—Te he estado buscando. Eres la persona que necesito para este asunto. Escucha bien...

 

Jack —a través del cual conocí a Roy y Hermán— no era una de estas ovejas perdidas en busca de un pastor con sortija de diamantes y pistola en la sobaquera y voz firme y segura que sugiere contactos, sobornos, planes que hacen que cualquier atraco suene a cosa fácil y de éxito seguro.

 

A Jack le iban bien las cosas de vez en cuando y se le podía ver con ropa nueva y hasta con coches nuevos. También era un mentiroso impenitente que parecía mentir más para sí mismo que para cualquier auditorio visible. Tenía buen aspecto, rostro saludable de campesino, aunque había algo extrañamente enfermizo en él. Era un tipo que sufría súbitas fluctuaciones de peso, como un diabético o un enfermo del hígado. Estos cambios de peso solían ir acompañados de incontrolables arrebatos de inquietud que le hacían desaparecer durante unos cuantos días.

 

Era algo realmente misterioso. Unas veces se le podía ver con aspecto de niño sano. Una semana o así después podía volverse delgado, macilento y envejecido, y era preciso mirarle atentamente un par de veces antes de reconocerle. Su cara estaba recorrida por un sufrimiento en el que sus ojos no participaban. Eran sólo sus células las que sufrían. El mismo —el ego consciente reflejado en la mirada tranquila y alerta de sus ojos de maleante— no tenía nada que ver con ese sufrimiento de su otro yo, un sufrimiento del sistema nervioso, de carne y vísceras y células

 

 

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

 

http://jackkerouac.webcindario.com/Burroughs,%20William%20-%20Yonqui.pdf

 


--
La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

--
Has recibido este mensaje porque estás suscrito al grupo "Francia" de Grupos de Google.
Para anular la suscripción a este grupo y dejar de recibir sus mensajes, envía un correo electrónico a francia+unsubscribe@googlegroups.com.
Para publicar en este grupo, envía un correo electrónico a francia@googlegroups.com.
Visita este grupo en http://groups.google.com/group/francia.
Para acceder a más opciones, visita https://groups.google.com/d/optout.

0 comentarios:

Publicar un comentario