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lunes, 15 de septiembre de 2014

''De la educación moral'', Gabino Barreda. Filosofía

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

De la educación moral

Gabino Barreda

 

 

 

 

Además de sus deberes políticos, el ciudadano tiene otros más importantes que llenar, los deberes del orden moral, y es obligación del gobierno atender a esta necesidad, tanto o más que a las otras.

 

Se confunde generalmente la moral con los dogmas religiosos, hasta el grado de que para muchos ambas no sólo son inseparables, sino que vienen a ser una misma cosa; pero cuando se reflexiona sobre la inmensa variedad de religiones y sobre la uniformidad de las reglas de la moral; cuando vemos que los dogmas religiosos cambian esencialmente con los progresos de la civilización, desde el cándido fetiquismo primitivo o la adoración de los astros y el politeísmo que le sucedió, hasta el monoteísmo cristiano, y musulmán, o el deísmo y aun el panteísmo modernos, mientras que todos, a pesar de las profundas diferencias que los separan, se ponen de acuerdo en cuanto a los fundamentos de la moral, no puede uno menos de reconocer, que cualquiera que sea la íntima relación que entre unos y otros se haya querido establecer, debe existir entre ambas cosas una diferencia radical y una independencia que no puede menos de presentarse a los ojos de todo aquél que quiera fijar sobre esto su atención, ora examine el objeto de lo que forma la parte característica de las religiones, es decir, el culto y los dogmas, comparándolo con el objeto de la moral, ora tenga en cuenta la inconcusa variedad de los primeros y la evidente uniformidad de las reglas que sirven de base a la segunda.

 

No hagas a otro lo que no quieras que te fuera hecho a ti, decía Isócrates cuatro siglos antes de Jesucristo, como cosa que estaba ya universalmente recibida por fundamento de la moral. Imita al árbol de Sándalo que cubre de frutos al que le ataca a pedradas, dice uno de los más antiguos libros de los chinos. ¿Quién no reconoce en estas dos sentencias todo lo que hay de más sublime en las máximas de equidad, de humanidad y de amor al prójimo, en las doctrinas de Cristo? Y sin embargo, ¿quién podrá sostener que el politeísmo pagano o la idolatría de la China sean lo mismo que la religión de Jesucristo? Las religiones van cambiando en las distintas fases de la humanidad y sólo allí no cambian, en donde todo permanece estacionario, como en la India y en la China; pero las bases de la moral quedan las mismas, aunque sus consecuencias prácticas van perfeccionándose de día en día y más con los progresos de la civilización. Esta marcha desigual y aún independiente de la moral y de las religiones, prueba que ellas no son una misma cosa; pero la existencia de la multitud de ateos que han dejado en la historia, como dice Litrié, "irrefragables testimonios de profunda moralidad, y la de otros que cada uno hemos podido conocer y que, en punto a moralidad son por lo menos iguales a los mejores creyentes", no puede dejar la menor duda sobre su completa y cabal separación.

 

"La semejanza, dice Condorcet, entre los preceptos morales de todas las religiones y de todas las sectas filosóficas, bastaría para probar que aquéllos son de una verdad independiente de los dogmas de estas religiones y de los principios de estas sectas, y que el origen de las ideas de justicia y de virtud, y el fundamento de los deberes, se debe buscar en la constitución moral del hombre". —Condorcet, Progresos del entendimiento humano (traducción castellana). París, 1823, pág. 118.

 

Este deseo de Condorcet, de buscar en el hombre mismo y no en los dogmas religiosos la causa y el fundamento de la moral, o mejor diré, esta predicción de su profundo genio se ha realizado ya. Estaba reservado al genio de Gall venir a demostrar con argumentos irrefragables, fundados tanto en un análisis admirable de las facultades intelectuales y afectivas del hombre y en un estudio comparativo de los animales, que hay en éstos como en aquél, tendencias innatas que los inclinan hacia el bien, como hay otras que los impelen hacia el mal; que estas inclinaciones tienen sus órganos en la masa cerebral, y que el hombre no es por lo mismo un ser exclusivamente inclinado al mal, como lo habían supuesto los teólogos y los metafísicos, sino que hay en él, como lo había establecido el buen sentido vulgar, inclinaciones benévolas que le son tan propias como las opuestas.

 

 

 

Fuente:

 

http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/barreda/barreda2.htm


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