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lunes, 25 de agosto de 2014

''Claros del bosque'', María Zambrano. Filosofía

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Claros del bosque

María Zambrano

 

 

 

 

El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido. Y la analogía del claro con el templo puede desviar la atención.

 

Un templo, más hecho por sí mismo, por «Él», por «Ella» o por «Ello», aunque el hombre con su labor y con su simple paso lo haya ido abriendo o ensanchando. La humana acción no cuenta, y cuando cuenta da entonces algo de plaza, no de templo. Un centro en toda su plenitud, por esto mismo, porque el humano esfuerzo queda borrado, tal como desde siempre se ha pretendido que suceda en el templo edificado por los hombres a su divinidad, que parezca hecho por ella misma, y las imágenes de los dioses y seres sobrehumanos que sean la impronta de esos seres, en los elementos que se conjugan, que juegan según ese ser divino.

 

Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada. Ya que parece que la nada y el vacío —o la nada o el vacío— hayan de estar presentes o latentes de continuo en la vida humana. Y para no ser devorado por la nada o por el vacío haya que hacerlos en uno mismo, haya a lo menos que detenerse, quedar en suspenso, en lo negativo del éxtasis.

 

Suspender la pregunta que creemos constitutiva de lo humano. La maléfica pregunta al guía, a la presencia que se desvanece si se la acosa, a la propia alma asfixiada por el preguntar de la conciencia insurgente, a la propia mente a la que no se le deja tregua para concebir silenciosamente, oscuramente también, sin que la interruptora pregunte la suma en la mudez de la esclava. Y el temor del éxtasis que ante la claridad viviente acomete hace huir del claro del bosque a su visitante, que se torna así intruso. Y si entra como intruso, escucha la voz del pájaro como reproche y como burla: «me buscabas y ahora, cuando te soy al fin propicio, te vuelves a ese lugar donde respirar no puedes», o algo por ese estilo suena en su desigual canto. Y un cierto sosiego puede procurar ese reproche y esa burla. En la escena de las bodas, único momento en que Dante encuentra cara a cara a Beatriz, la ve burlarse al modo de una dama sin más, con sus amigas, de la turbación que el enamorado sin par experimenta al verla de cerca y al poder servirla inesperadamente. Y huye a la pieza vecina, y el amigo introductor —guía— le pregunta por la causa de tanta turbación.

 

 

Para descargar el libro completo:

 

 

file:///C:/Documents%20and%20Settings/Usuario%20Nuevo/Mis%20documentos/Downloads/Mar%C3%ADa%20Zambrano.pdf


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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