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martes, 11 de febrero de 2014

''Tristán e Isolda'', acto I, escenas I y II

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

Tristán e Isolda

 

 

 

 

ACTO PRIMERO

 

 

En la cubierta de un buque hay una especie de tienda colgada de ricos tapices. Al principio estará completamente cerrada en el fondo; una estrecha escalera al lado conduce al casco del buque. Isolda, echada en un pequeño lecho, oculta su cara entre las almohadas. Brangania mira a un lado por encima del buque teniendo levantada una colgadura.

 

Escena I

 

Voz de un joven marinero.

(La voz parece descender de lo alto de un mástil).

 

La vista se espacia hacia poniente; el buque marcha a levante. Fresco sopla el viento hacia la patria. Niña irlandesa ¿dónde estás? ¿Hincha mis velas el soplo de tus suspiros? ¡Sopla, vientecillo sopla! ¡Ay, hija mía! ¡Muchacha irlandesa, ¡oh tú, esquiva y graciosa niña!

 

ISOLDA (estremeciéndose). ¿Quién se atreve a burlarse de mí? (Vuelve la vista en torno suyo con hosca mirada.) ¿Eres tú, Brangania? Dime ¿dónde estamos?

BRANGANIA (a la puerta de la tienda). A poniente se elevan zonas azules; el buque anda suave y rápidamente; con mar en bonanza, sin peligro, antes de la tarde tomaremos tierra.

ISOLDA.—¿Qué tierra?

BRANGANIA.— Las costas de Cornualles.

ISOLDA.—¡Jamás! ¡Ni hoy, ni nunca!

BRANGANIA (deja caer el tapiz, y aturdida de sorpresa, se acerca rápidamente a Isolda).—¿Qué oigo señora? ¿Y por qué?

ISOLDA (hablando consigo misma, con exaltación). ¡Raza degenerada, indigna de los antepasados! ¿Dónde perdiste madre tu poder de dominar? ¡Oh arte servil de la hechicera, que sólo prepara balsámicas bebidas! Revélate a mí, poder intrépido, levántate del seno en que te ocultaste. ¡Auras tímidas, oíd mi voluntad! Marchad al combate y estruendo tempestuoso, al furioso torbellino de tempestades desencadenadas. Apartad del sueño a este mar delirante, despertad del fondo su rencorosa furia; mostradle el botín que le ofrezco; despedace este buque altivo y trague sus rotos fragmentos. ¡Y a vosotros, oh vientos, os dejo en recompensa lo que en él vive, lo que alienta!

BRANGANIA. (Llena de espanto acude presurosa a Isolda).—¡Cielos! ¡Desdicha! ¡Accidente que presentí! ¡Isolda! ¡Señora! ¡Corazón querido! ¿Qué me has ocultado por tanto tiempo? Por tu padre y por tu madre no derramaste una lágrima; apenas saludaste a los que se quedaron: fría y muda partiste de la patria, pálida y silenciosa en la travesía, sin comer, sin dormir, locamente perturbada, inmóvil y perdida. ¿Cuánto he sufrido viéndote así sin que de nada te sirva y estando a tu lado como extranjera? ¡Oh, dime qué te da pena! Habla, di qué te atormenta. ¡Señora Isolda, queridísima amiga, descansa en Brangania, si ha de tenerse por digna de ti.

ISOLDA.—¡Aire! ¡Aire! ¡Ahógaseme el corazón!... ¡Abre de par en par! (Brangania abre precipitadamente las colgaduras del pabellón).

 

 

 

Escena II

 

TRISTÁN, KUWENAL, caballeros y escuderos

 

 

La vista se extiende a lo largo de la nave hasta el timón, y más allá del buque por el mar y por el horizonte. En medio del buque, en torno del palo mayor, están echados marineros que trabajan en los cables; algo más lejos, cerca de la popa, vence, también echados, caballeros y escuderos; a cierta distancia está de pie Tristán, cruzados los brazos y pensativo, mirando al mar. A sus pies Kurwenal está echado con indolencia. De lo alto del mástil se oye de nuevo la voz del joven marinero

 

 

ISOLDA (ve al momento a Tristán y fija en él su mirada; habla consigo misma con voz apagada).—Por mí elegido, —por mí perdido, —noble y puro, osado y cobarde: cabeza destinada a la muerte. Corazón consagrado a la muerte. (A Bragania, con inquieta sonrisa.) ¿Qué piensas tú de ese siervo?

BRANGANIA (sigue su mirada). ¿De quién hablas?

ISOLDA.—Del héroe que allá a mi mirada oculta la suya, de vergüenza, y baja la vista temeroso. Di ¿qué te parece?

BRANGANIA.—¿Preguntas por Tristán, el varón enaltecido, admiración de todos los reinos, el héroe sin par, tesoro y asilo de la gloria?

ISOLDA (con ironía). —Temeroso ante la lucha huye adonde puede, porque ha alcanzado para su señor una novia como un cadáver. ¿Te parecen enigmáticas mis palabras? Pregúntale tú misma a Tristán, si se atreverá a acercárseme. El tímido héroe olvida el saludo de homenaje y púdicas atenciones a su señora para que su mirada no le alcance a él. ¡El atrevido sin par! ¡Oh, bien sabe por qué! Ve al orgulloso y comunícale la orden de su señora: dispuesto a servirme, debe acercárseme al momento.

BRANGANIA.—¿He de pedirle, pues que te salude?

ISOLDA.—Yo Isolda, mando al vasallo que respete a la señora.

(A una señal de mando de Isolda, se aleja Brangania, pasa por delante de los marineros que trabajan, y atraviesa el puente hasta la popa. Isolda la sigue con la vista fija, retrocede a su pequeño lecho, en donde permanece sentada durante el diálogo que sigue, dirigiendo la vista hacia popa).

KURWENAL (al ver llegar a Brangania, sin levantarse, tira del vestido a Tristán).— ¡Atiende, Tristán! Mensaje de Isolda.

TRISTÁN (estremeciéndose).—¿Qué es? ¿Isolda? (Se repone al momento que Brangania se acerca y le hace una reverencia.) ¿De mi señora? ¿Qué recado trae la fiel criada para mí, obediente servidor de ella?

BRANGANIA.—Señor Tristán, Isolda, mi señora, desea verte.

TRISTÁN.—Esta larga travesía, que toca ya a su término, la molesta; antes de ponerse el sol estaremos en tierra. Cúmplase puntualmente cuanto tenga a bien mandarme.

BRANGANIA.—Vaya el señor Tristán a ella; tal es la voluntad de mi señora.

TRISTÁN. Allá, donde los verdes campos toman todavía un tinte azulado, mi rey espera a mi señora: para acompañarla hasta él pronto me acercaré a su persona; a nadie cedería este favor.

BRANGANIA.—Oye bien, señor Tristán; desea mi señora que la sirvas, que te acerques a ella al momento, allá donde te aguarda.

TRISTÁN.—Do quiera que me encuentre, la serviré fielmente, perfecto dechado de las mujeres. Si en este momento dejase el timón, ¿cómo guiaría con seguridad el buque hacia la tierra del rey Marke?

BRANGANIA.—Tristán, ¿te burlas de mí? Si no te parecen claras las palabras de la torpe criada, escucha la orden de mi señora. Ella me hizo decir: Yo, Isolda, mando al vasallo que respete a la señora.

KURWENAL.—¿Se me permite dar la respuesta?

TRISTÁN.—¿Qué contestarías?

KURWENAL.—Que diga a la señora Isolda: Quien cede la corona de Cornualles y la herencia de Inglaterra a una hija de Irlanda, no puede ser vasallo de la misma joven que él regala a su tío. ¡Señor del mundo, Tristán el héroe! Yo lo aclamo: tú dilo, y mil señoras Isoldas me tendrán resentimiento.

 

(En tanto que Tristán con ademanes quiere hacerle callar y Brangania se dispone a marcharse, Kurwenal canta con fuerza a la mensajera que se aleja vacilante:) «El señor Moroldo se fue por mar para cobrar el tributo en Cornualles; en el desierto mar flota una isla, allí está él sepultado, su cabeza está, pues, suspendida en la tierra de Irlanda como tributo pagado por Inglaterra. ¡Ah! ¡Tristán nuestro héroe! ¡Cómo puede pagar el tributo!»

 

(Kurwenal, reprendido por Tristán, baja al camarote de delante. Brangania, que llena de confusión llega a Isolda, deja caer tras de sí los tapices, en tanto que afuera los de la tripulación repiten la canción de Kurwenal.)

 

CABALLEROS Y ESCUDEROS.—«¡Ah, Tristán, nuestro héroe! ¡Cómo puede pagar el tributo!»

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

http://juntoalbosque.files.wordpress.com/2009/04/tristan-e-isolda.pdf


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