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El feb 3, 2013 8:46 PM, SANDRA EUGENIA LEÓN CALDERÓN <primavera.1943@yahoo.com> escribió:
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> Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Ángeles Caso
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> Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado
> inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por
> suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero
> tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de
> él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he
> vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a
> colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la
> sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su
> aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación–
> de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
>
>
>
> Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni
> el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con
> dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que
> paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a
> los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a
> reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie
> derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena
> verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de
> pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas
> sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de
> esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
>
>
>
> Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y
> se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su
> derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo
> con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las
> misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden
> cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen
> que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
>
>
>
> Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la
> ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas
> carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo
> dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un
> pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo
> y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas
> y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
>
> También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los
> que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la
> serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo
> bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a
> los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado.
> No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo
> merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca,
> en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque
> esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo
> anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.
>
>
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Un abrazo
Cecilia B. de Rubinstein
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Un abrazo
Cecilia B. de Rubinstein
> Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Ángeles Caso
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> Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado
> inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por
> suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero
> tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de
> él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he
> vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a
> colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la
> sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su
> aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación–
> de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
>
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>
> Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni
> el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con
> dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que
> paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a
> los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a
> reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie
> derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena
> verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de
> pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas
> sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de
> esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
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>
> Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y
> se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su
> derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo
> con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las
> misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden
> cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen
> que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
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>
> Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la
> ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas
> carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo
> dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un
> pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo
> y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas
> y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
>
> También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los
> que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la
> serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo
> bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a
> los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado.
> No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo
> merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca,
> en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque
> esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo
> anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.
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Un abrazo
Cecilia B. de Rubinstein
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Un abrazo
Cecilia B. de Rubinstein
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Un abrazo
Seidy Araya
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