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lunes, 24 de septiembre de 2012

El rapto de la Bella Durmiente (fragmento). Literatura erótica XXX

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

El rapto de la Bella Durmiente

Anne Rice

 

 

 

Las sombras saltarinas del fuego iluminaban la estancia. Vio el relumbrar de los postes tallados de la cama, y los coloridos cortinajes que caían en torno a ella. Bella se sintió animada y exaltada por el deseo, y se levantó de tan ansiosa que estaba por despojarse del peso y la textura de su sueño. Entonces se dio cuenta que el príncipe no estaba a su lado, sino allí, junto al fuego, con el codo apoyado en la piedra de la que pendía un blasón con espadas cruzadas. Aún llevaba la capa de brillante terciopelo rojo y las altas y puntiagudas botas de cuero vueltas hacia abajo. Estaba absorto, el rostro endurecido por la contemplación.

 

La pulsación que latía entre las piernas de Bella se aceleró. Se agitó y soltó un débil suspiro que despertó al príncipe de sus pensamientos. Él se aproximó a ella. No podía ver su expresión en la oscuridad.

 

—Bien, sólo hay una respuesta —le dijo a Bella—. Deberéis acostumbraros a todas las vistas del castillo, y yo me habituaré a veros acostumbrada a ellas.

 

El príncipe tiró de la cuerda de la campana que estaba junto a la cama, luego levantó a Bella y la sentó en el extremo del lecho, de forma que las piernas le quedaron recogidas debajo del cuerpo.

 

Entró un paje, tan inocente como el muchacho que había castigado al príncipe Alexi con tanta diligencia. Era un paje extremadamente alto, como todos, y tenía unos brazos poderosos. Bella estaba convencida de que los habían escogido por estas cualidades. No cabía duda de que, si se lo ordenaban, podría sujetarla boca abajo por los tobillos, pero mostraba un rostro sereno, sin el menor indicio de mezquindad.

 

—¿Dónde está el príncipe Alexi? —preguntó el soberano. Parecía enfadado y decidido, y andaba a paso regular de un lado a otro mientras hablaba.

—Oh, esta noche tiene problemas muy serios, alteza. La reina está muy inquieta por su torpeza, puesto que debería ser un ejemplo para otros, así que ha ordenado que lo aten en el jardín, en una postura sumamente incómoda.

—Sí, bien, haré que esté aún más incómodo. Pedidle permiso a su majestad y traedlo a mi presencia. Y que venga el escudero Félix con él.

 

Bella se asombró al oír todo esto. Intentó mantener el rostro tan calmado como el del paje, pero sentía algo más que alarma. Iba a ver al príncipe Alexi otra vez y no se imaginaba cómo podría ocultar sus sentimientos ante su señor. Si al menos pudiera distraer su atención...

 

Pero cuando Bella soltó un leve susurro, el príncipe le ordenó de inmediato que permaneciera en silencio, que se quedara sentada donde estaba y que bajara la vista. El cabello caía a su alrededor, le hacía cosquillas en los brazos y los muslos, y fue consciente, casi con placer, de que no podía hacer nada para escapar de ello.

 

El escudero Félix apareció casi de inmediato. Tal como ella sospechaba, se trataba del paje que anteriormente había azotado al príncipe Alexi con tanto vigor. Llevaba consigo la pala de oro, que colgó a un lado del cinturón cuando hizo una reverencia ante el príncipe.

 

«Todos los que sirven aquí son escogidos por sus atributos», pensó Bella mientras le observaba, ya que él también era rubio y su cabello ofrecía un marco excelente para su joven rostro, aunque en cierta forma era más ordinario que el de los príncipes cautivos.

 

—¿Y el príncipe Alexi? —preguntó el príncipe. Mostraba un color subido, sus ojos brillaban casi con malicia, y Bella se asustó aún más.

—Lo estamos preparando, alteza—respondió el escudero Félix.

—¿Y por qué os demoráis tanto? ¿Cuánto tiempo ha servido Alexi en esta casa para mostrar tanta falta de respeto?

 

En aquel instante trajeron al príncipe Alexi. Bella intentó disimular su turbación. Alexi estaba desnudo, como antes, por supuesto; Bella no esperaba menos, y a la luz del fuego advirtió su rostro sonrojado, y su cabello caoba que caía suelto sobre los ojos, que mantenía bajos como si no se atreviera a alzarlos ante el príncipe heredero. Ambos tenían más o menos la misma edad, ciertamente, y parecida altura, pero ahí estaba el príncipe Alexi, más moreno, indefenso y humilde, ante el heredero, que se movía a zancadas de uno a otro lado, con la expresión fría y despiadada, ligeramente perturbada. El príncipe Alexi mantenía las manos detrás del cuello, y su órgano rígido.

 

—¡Así que no estabais listo para mí! —exclamó su alteza. Se acercó un poco más al príncipe Alexi, inspeccionándolo. Miró el órgano tieso y, luego, con la mano, le dio un brusco manotazo, que hizo retroceder a su vasallo en contra de su voluntad.

 

»Quizá necesitéis un poco de instrucción para estar… siempre... preparado —susurró. Las palabras salieron lentamente, con una cortesía deliberada.

 

El heredero levantó la barbilla del príncipe Alexi y le miró a los ojos. Bella los observaba a ambos sin el menor atisbo de timidez.

 

—Aceptad mis disculpas, alteza —dijo el vasallo. Su voz sonó con un timbre bajo, calmado, sin mostrar rebelión ni vergüenza.

 

Los labios del heredero esbozaron lentamente una sonrisa. Los ojos del vasallo eran más grandes y poseían la misma serenidad que su voz. A Bella le pareció que incluso podrían disipar la furia de su señor, pero esto era imposible.

 

El príncipe pasó la mano por el órgano de su esclavo y le dio una palmetada juguetona, y luego, otra. El sumiso vasallo bajó de nuevo la vista pero conservó la gracia y la dignidad de las que Bella había sido testigo anteriormente.

 

«Así es como debo comportarme —pensó ella—. Debo tener estas maneras, esta fuerza, para aguantarlo todo con la misma dignidad.»

 

La princesa estaba maravillada. El príncipe cautivo se veía obligado a mostrar su deseo, su fascinación, a todas horas, mientras que ella podía ocultar su anhelo entre sus piernas; no pudo evitar dar un respingo al ver que su señor pellizcaba los pequeños pezones endurecidos del príncipe Alexi, y luego levantaba otra vez el mentón del joven cautivo para inspeccionar su rostro.

 

Detrás de ellos, el escudero Félix observaba la situación con indisimulado placer. Se había cruzado de brazos, permanecía de pie, con las piernas separadas, y los ojos se le movían, ávidos de deseo por el cuerpo del príncipe Alexi.

 

—¿Cuánto tiempo lleváis al servicio de mi madre?—requirió el príncipe.

—Dos años, alteza —dijo el humilde príncipe con tono pausado.

 

Bella estaba verdaderamente asombrada. ¡Dos años! A ella le pareció que toda su vida anterior no había sido tan larga; pero aún se mostró más cautivada por el timbre de su voz que por las palabras que pronunció. Aquella voz hizo que él pareciera todavía más palpable y visible. Su cuerpo era un poco más grueso que el de su señor, el príncipe heredero, y el vello marrón oscuro de su entrepierna era hermoso. Bella veía el escroto, apenas entre sombras.

 

—¿Fuisteis enviado aquí por vuestro padre para prestar vasallaje?

—Como exigió vuestra madre, alteza.

—¿Y para servir cuántos años?

—Tantos como le plazca a vuestra alteza, y a mi señora, la reina.

—¿Cuántos años tenéis? ¿Diecinueve? ¿Y sois un modelo entre los demás tributos?

 

El príncipe Alexi se sonrojó. Con un fuerte golpe en la espalda. El príncipe le obligó a darse la vuelta propinándole un empujón para situarlo frente a Bella, y a continuación lo encaminó hacia la cama.

 

Bella se irguió, notó el rubor y el calor en su rostro.

 

—¿Acaso sois el favorito de mi madre? —requirió el príncipe.

—Esta noche no, alteza—repuso el vasallo sin el menor atisbo de sonrisa.

 

El príncipe heredero recibió estas palabras con una risa apacible y dijo:

 

—No, hoy no os habéis comportado muy bien, ¿cierto?

—Únicamente puedo suplicar perdón, alteza —respondió.

—Haréis más que eso —le dijo el soberano al oído mientras lo empujaba más cerca de Bella—. Sufriréis por ello. Y daréis a mi Bella una lección de buena voluntad y de perfecta sumisión.

 

En ese momento el príncipe había vuelto la mirada hacia Bella. La escrutaba despiadadamente. Ella bajó la vista, aterrorizada ante la posibilidad de contrariarlo.

 

—Mirad al príncipe Alexi —le ordenó, y cuando Bella alzó los ojos, vio al hermoso cautivo a tan sólo unos centímetros de distancia. Su pelo desgreñado le velaba parcialmente la cara, y la piel le pareció deliciosamente suave. Bella temblaba. Tal como temía que sucedería, el príncipe levantó otra vez el mentón del esclavo, y cuando éste la miró con sus grandes ojos marrones, le sonrió por un instante, de forma muy lenta y serena, sin que el príncipe heredero se diera cuenta. Bella se sació de él con la vista, pues no tenía otra elección, y abrigaba la esperanza de que el príncipe advirtiera únicamente su apuro.

 

—Besad a mi nueva esclava y dadle la bienvenida a esta casa. Besadle los labios y los pechos —ordenó el soberano, y le retiró las manos de la nuca para que las posara silenciosa y obedientemente a los costados.

 

Bella jadeó. El príncipe Alexi volvió a sonreírle fugazmente mientras su sombra caía sobre ella, que sintió cómo sus labios se aproximaban a su boca y el impacto del beso que le recorría todo el cuerpo. La princesa notó cómo aquel padecimiento localizado entre sus piernas formaba un fuerte nudo y, cuando los labios del príncipe cautivo tocaron su pecho izquierdo, y el derecho también, se mordió el labio inferior con tanta fuerza que podría haber sangrado. El cabello del príncipe Alexi le rozó la mejilla y los pechos mientras él acataba la orden. Luego retrocedió, mostrando aquella ecuanimidad seductora.



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