Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
Año nuevo
Pedro Antonio de Alarcón
Cuando ciertos días del año, al tiempo de vestiros, reparáis en que el chaleco no pesa lo suficiente, y os preguntáis con asombro: «¿Qué he hecho yo de la paga de este mes?», acuden a vuestra imaginación tan pocas cosas dignas de aprecio, que apenas halláis haber disfrutado placeres o adquirido mercancías equivalentes a tres reales de vellón.
Pues lo mismo acontece cuando, en la más melancólica de las noches (la noche de San Silvestre, confesor y papa), os preguntáis con melancólica extrañeza: «¿Qué he hecho de los 365 días y seis horas de este año?»
Y es que, en la una como en la otra ocasión, sólo recuerda vuestra memoria cuatro estremecimientos de tal o cual especie; corbatas que se rompieron; guantes que se ensuciaron; embriagueces de amor o de vino que se disiparon a las pocas horas; días de gloria o de regocijo, que terminaron en su infalible noche; conversaciones que se llevó el aire; ratos de frío y de calor; mucho desnudarse y vestirse; mucho acostarse y levantarse; mucho comer y volver a tener apetito; mucho dormir; mucho soñar; haber llorado algunos días, creyendo un dolor eterno; haber reído y gozado más que nunca pocos días después; soles de primavera que se pusieron; lluvias que cayeron y se secaron... ¿Y qué más? —¡Nada más! ¡Y lo mismo siempre! ¡Y el año pasado como el anterior! ¡Y el año que llega como el que acaba de pasar! ¡Y todo so pena de morirse!
¡Ay! los años son cifras hechas en el aire con el dedo. —La vida es una lucha con la muerte, lucha en que el hombre se bate en retirada hasta que la muerte lo pone en la del rey y le da con la puerta en los hocicos—. O, por mejor decir, no hay vida ni muerte, sino que la muerte es el olvido de la vida, como la vida es el olvido de la muerte.
Encuentro a un niño, y le pregunto:
— ¿Adónde vas?
— ¡Voy a la vida! —me responde con ansia y curiosidad.
Encuentro a un anciano, y le pregunto:
—¿De dónde vienes?
— Vengo de la vida... —me contesta melancólicamente.
Recorro entonces (recorriendo estoy ahora) los años que median entre niño y anciano, diciéndome: « ¡Aquí debe de estar la vida!», y busco, y miro, y palpo, y encuentro que la vida es un centenar de pórticos que se suceden en forma de galería, y encima de los cuales se lee, en los cincuenta primeros: Mañana... mañana... MAÑANA..., y en los cincuenta últimos: AYER... AYER... AYER... — Me paro entre el último mañana y el primer ayer, y tiendo los brazos, y digo: «Este es el apogeo de la existencia. Aquí vienen o de aquí toman todos los peregrinos. ¡Veamos el objeto de tan penoso viaje! Ayer... esperaba: mañana... recordaré. «Por consiguiente, entre estos dos pórticos está la vida... Y me hallo solo conmigo mismo, abrazando contra mi corazón la sombra y el vacío, consumiendo un día cualquiera como el pasado y el futuro, esperando o recordando, pero nunca poseyendo... Y entonces no puedo menos de repetir aquel perpetuo aviso que un panadero puso a la puerta de su tienda: «Hoy no se fía; mañana sí.»
Para leer el cuento completo:
http://albalearning.com/
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