Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
Fenomenología de la percepción
Maurice Merleau-Ponty
I. La «sensación»
Al empezar el estudio de la percepción encontramos en la lengua la idea de sensación, al parecer inmediata y clara: siento lo rojo, lo azul, lo caliente, lo frío. Veremos, eso no obstante, que se trata de una idea muy confusa y que, por haberla admitido, los analistas clásicos han pasado por alto el fenómeno de la percepción.
Podría, en principio, entender por sensación la manera como algo me afecta y la vivencia de un estado de mí mismo. El gris de los ojos cerrados que me ciñe sin distancia, los sonidos que en estado de somnolencia vibran «en mi cabeza», indicarían lo que podría ser un puro sentir. Yo sentiría en la medida exacta en que coincidiera con lo sentido, en que éste dejase de tener lugar en el mundo objetivo y no me significase nada. Esto equivale a admitir que habría que buscar la sensación más acá de todo contenido calificado, ya que el rojo y el verde, para distinguirse uno de otro como dos colores, deben ya formar un cuadro delante de mí, aun sin localización precisa, y dejan, pues, de ser yo mismo. La sensación pura será la vivencia de un «choque» indiferenciado, instantáneo, puntual. No es necesario mostrar, por estar los autores de acuerdo, que esta noción no corresponde a nada de cuanto tenemos experiencia, y que las percepciones de hecho más simples que conocemos, en animales como el mono y la gallina, tienen por objeto, no unos términos absolutos, sino unas relaciones. Mas cabe preguntarse por qué puede uno creerse autorizado, de derecho, a distinguir en la experiencia perceptiva un estrato de «impresiones». Tomemos el ejemplo de una mancha blanca sobre un fondo homogéneo. Todos los puntos de la m ancha tienen en común una cierta «función» que hace de ellos una «figura». El color de la figura es más denso y más resistente que el del fondo; los bordes de la mancha blanca, sin ser solidarios del fondo, al fin y al cabo contiguo, le «pertenecen»; la mancha parece colocada sobre el fondo, mas sin interrumpirlo.
Cada parte anuncia más de lo que contiene, con lo que esta percepción elemental está ya cargada de un sentido. Pero si la figura y el fondo, en cuanto conjunto, no son sentidos, sí tendrán que serlo, se dirá, en cada uno de sus puntos. Pero así se olvida que cada punto no puede, a su vez, percibirse más que como una figura sobre un fondo. Cuando la Gestalttheorie nos dice que una figura sobre un fondo es el dato sensible más simple que obtenerse pueda, no tenemos ante nosotros un carácter contingente de la percepción de hecho que nos dejaría en libertad, en un análisis ideal, para introducir la noción de impresión.
Tenemos la definición misma del fenómeno perceptivo; aquello sin lo cual no puede decirse de un fenómeno que sea percepción. El «algo» perceptivo está siempre en el contexto de algo más; siempre forma parte de un «campo». Una región verdadera mente homogénea, sin ofrecer nada que percibir, no puede ser dato de ninguna percepción. La estructura de la percepción efectiva es la única que pueda enseñarnos lo que sea percibir. La impresión pura no sólo es, pues, imposible de hallar, sino también imperceptible y, por ende, impensable como momento de la percepción. Si se la ha introducido es que, en lugar de prestar atención a la experiencia perceptiva, ésta se olvida en favor del objeto percibido. Pero el objeto visto está hecho de fragmentos de materia, y los puntos del espacio son exteriores unos a otros.
Un dato perceptivo aislado es inconcebible, por poco que se haga la experiencia mental de percibirlo. Con todo, se dan en el mundo objetos aislados o el vacío físico.
Renuncio, pues, a definir la sensación por la impresión pura.
Ahora bien, ver es poseer colores o luces, oír es poseer sonidos, sentir es poseer unas cualidades y, para saber lo que es sentir, ¿no bastará haber visto rojo u oído un la? El rojo y el verde no son sensaciones, son unos sensibles; la cualidad no es un elemento de la consciencia, es una propiedad del objeto. En vez de ofrecemos un medio sencillo para delimitar las sensaciones, si la tomamos en la experiencia que la revela, la cualidad es tan rica y oscura como el objeto o el espectáculo perceptivo total.
Esta mancha roja que veo en la alfombra, solamente es roja si tenemos en cuenta una sombra que la atraviesa, su cualidad solamente aparece en relación con los juegos de luz, y, por ende, como elemento de una configuración espacial. Por otra parte, el color es únicamente determinado si se extiende sobre una superficie: una superficie demasiado pequeña no sería calificable. En fin, este rojo no sería literalmente el mismo si no fuese el «rojo lanudo» de una alfombra. Así, pues, el análisis descubre en cada cualidad las significaciones que la habitan. ¿Se replicará que solamente se trata aquí de unas cualidades de nuestra experiencia efectiva, recubiertas por todo un saber, y que uno sigue teniendo el derecho a concebir una «cualidad pura» que definiría al «puro sentir»?
Mas acabamos de ver, justamente, que este puro sentir se reduciría a no sentir nada y, por lo tanto, a ausencia absoluta de sentir. La pretendida evidencia del sentir no se funda en un testimonio de la consciencia, sino en el prejuicio del mundo. Creemos saber muy bien qué es «ver», «oír», «sentir», porque desde hace mucho tiempo la percepción nos da objetos coloreados o sonoros, y al querer analizarla transportamos estos objetos a la consciencia. Cometemos lo que los psicólogos llaman el «experience error», eso es, suponemos en nuestra consciencia de las cosas lo que sabemos está en las cosas. La percepción la hacemos con lo percibido. Y como lo percibido no es evidentemente accesible más que a través de la percepción, acabamos sin comprender ni el uno ni la otra. Estamos afianzados en el mundo y no conseguimos desligamos del mismo para pasar a la consciencia del mundo. De hacerlo, veríamos que la cualidad nunca es inmediatamente experimentada y que toda consciencia es consciencia de algo. Por lo demás, este «algo» no tiene por qué ser un objeto identificable.
Hay dos maneras de equivocarse a propósito de la cualidad: una consiste en hacer de ella un elemento de la consciencia siendo así que es objeto para la consciencia, tratarla como una impresión muda, siendo así que siempre tiene un sentido; la otra consiste en creer que este sentido y este objeto son, a nivel de cualidad, plenos y determinados. Y lo mismo este segundo erro r que el primero provienen del prejuicio del mundo. Nosotros construimos mediante la óptica y la geometría el fragmento del mundo cuya imagen puede formarse, a cada momento, sobre nuestra retina. Todo lo que se sale de este perímetro, que no se refleja en ninguna superficie sensible, no actúa más sobre nuestra visión de lo que actúa la luz sobre nuestros ojos cerrados.
Tendríamos que percibir, pues, un segmento del mundo cercado de límites precisos, rodeado de una zona negra, colmado sin lagunas de cualidades, subtendido por unas relaciones de magnitud determinadas como las que existen en la retina. Pues bien, la experiencia no ofrece nada parecido y nunca comprenderemos, a partir del mundo, qué es un campo visual. Si es posible trazar un perímetro visual a base de aproximar paulatinamente al centro los estímulos laterales, los resultados de la medición varían de un momento a otro sin llegar nunca a determinar el momento en el que un estímulo, primeramente visto, deja de serlo.
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