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domingo, 3 de mayo de 2015

''Felicidad'', Katherine Mansfield. Cuento

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Felicidad

Por Katherine Mansfield

Traducción: Agustina Jojärt

 

 

 

 

 

A pesar de que Bertha Young tenía treinta años, todavía pasaba por momentos como éste en los que quería correr en vez de caminar, dar pasos de baile entre la vereda y la calle, hacer girar un aro, arrojar algo al aire para luego atajarlo, o permanecer de pie y reírse de nada, simplemente, de nada.

 

¿Qué se pude hacer cuando se tienen treinta años y, a la vuelta de la esquina, nos sobresalta un sentimiento de felicidad —felicidad absoluta— como si nos hubiésemos tragado una porción brillante de aquella tarde de sol y ardiese en el pecho, distribuyendo un tenue rocío de chispas a cada partícula del cuerpo, a cada dedo de los pies y de las manos? ¿No hay manera de expresarlo sin estar ebria o descontrolada? ¡Qué civilización tan idiota! ¿Para qué el cuerpo si hay que tenerlo encerrado en una caja como un viejo violín inútil?

 

"No, lo del violín no es exactamente lo que quiero decir", pensó mientras subía de prisa las escaleras, tanteaba las llaves dentro del bolso —las había olvidado como de costumbre— y traqueteaba el buzón. "No es lo que quería decir porque..."

 

—Gracias, Mary —entró al hall.

—¿Regresó la niñera?

—Sí, sí.

—¿Y llegó la fruta?

—Sí, sí. Llegó todo.

—Trae la fruta al comedor, ¿sí? Voy a acomodarla antes de subir.

 

El comedor estaba lúgubre y bastante frío. Sin embargo, Bertha se quitó el tapado; no podía soportar ni un minuto más el cierre tan ceñido, y sintió el frío helado sobre los brazos. Pero aún permanecía en su pecho ese intenso espacio brillante de donde venía el tenue rocío de chispas. Era casi insoportable. Apenas si se animaba a respirar por miedo a acrecentar el sentimiento, pero tomó un respiro muy profundo. Apenas se si animaba a mirar el frío espejo, pero lo hizo y le devolvió una mujer radiante de labios sonrientes y temblorosos, de ojos grandes y negros, y una actitud atenta como esperando que sucediera algo: algo divino, algo que, sabía, sucedería infaliblemente.

 

Mary trajo la fruta en una bandeja, un recipiente de vidrio y un hermoso plato azul de extraño brillo, como si hubiese sido sumergido en leche.

 

—¿Enciendo la luz, señora?

—No, gracias. Puedo ver bastante bien.

 

Había mandarinas y manzanas manchadas de carmín fresa; algunas peras amarillas, suaves como seda, algunas uvas verdes empañadas de plata y un gran racimo de uvas negras. Estas últimas las había elegido para combinarlas con el tono de la alfombra nueva del comedor. Quizá sonaba exagerado y absurdo, pero era la razón por la que las había comprado; en la tienda pensó: "debo comprar uvas negras para hacer resaltar la alfombra", y fue tan sensato en ese entonces.

 

Una vez que terminó con la fruta y de haber hecho dos pirámides circulares, observó la mesa desde lejos para captar el efecto de los colores, y fue mucho más curioso porque la mesa de madera oscura parecía derretirse en la luz del ocaso y, el recipiente de vidrio y el plato azul, parecían haber quedado suspendidos en el aire. Obviamente que, por su estado de ánimo, le pareció esto de una belleza increíble. Comenzó a reír.

 

"No, no. Me estoy volviendo histérica". Cargó el bolso, el tapado y corrió escaleras arriba hasta el cuarto del bebé. La niñera estaba sentada junto a una mesita baja, dándole la cena a la pequeña B tras haberla bañado. Llevaba puesto un babero blanco, un saquito azul y, en su cabello negro y fino, le habían peinado un gracioso rulito. Alzó la vista cuando vio a su madre, y comenzó a saltar.

 

—Ahora, bebé, a comer como una buena niñita —dijo la niñera haciéndole a Bertha una mueca que ésta conocía, y significaba que había llegado en otro mal momento.

 

 

 

Para ver el cuento completo:

 

http://www.lamaquinadeltiempo.com/mansfield/02felici.htm


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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