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martes, 17 de febrero de 2015

''El último de los mohicanos'', James Fenimore Cooper. Novela

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

El último de los mohicanos

James Fenimore Cooper

 

 

 

 

Capítulo 1

Cabalgata y mujeres en medio de la selva

 

 

 

Una amplia frontera de selvas, aparentemente impenetrables, separaba los territorios de las enemigas provincias ocupadas por Francia y por Inglaterra.

Con el tiempo, llegó a parecer que no había sitio tan oscuro en la selva, ni lugar secreto tan aislado, que se hallara libre de las incursiones de los que daban su sangre para satisfacer una venganza, o para mantener la egoísta y fría política de los lejanos monarcas europeos.

 

Las facilidades que allí́ ofrecía la naturaleza para la marcha de los combatientes eran demasiado claras para no ser utilizadas. La superficie alargada del Champlain se extendía desde las fronteras del Canadá́ y penetraba bastante en los límites de la vecina provincia de Nueva York, formando un paso natural que reducida a la mitad la distancia que los franceses tenían que recorrer para atacar a sus enemigos.

 

El sagrado lago Horigan se extendía hasta unas doce leguas más al sur. Con la alta meseta que allí́ se interpone impidiendo el paso del agua, comienza una zona de otras tantas millas que conduce, a quien quiera aventurarse en ella, hasta las riberas del río Hudson.

 

Buscando como hostigar al enemigo, los franceses intentaron cruzar los distantes y ásperos desfiladeros de los montes Alleghany. Esta zona se convirtió́ en la sangrienta arena donde se trabaron casi todas las batallas por la posesión de las colonias. Se construyeron fortalezas en los diferentes puntos de acceso, que una y otra vez fueron arrasadas y reconstruidas, según la victoria se inclinaba a uno u otro de los bandos enemigos.

 

En este escenario de luchas sangrientas fue donde ocurrieron los hechos que vamos a referir, durante el tercer año de la guerra entre Francia e Inglaterra por la posesión de un territorio que ninguno de ambos países estaba destinado a poseer.

 

Gran Bretaña ya no era temida por sus enemigos, y sus colonos iban perdiendo rápidamente la dignidad, la fe en sí mismos. Habían visto llegar de la madre patria un ejército selecto, comandado por un jefe elegido entre una multitud de expertos guerreros, que sin embargo había sido vergonzosamente derrotado por un puñado de franceses y de indios.

 

Tan inesperado desastre había dejado abierta una extensa frontera y el carácter aterrador de sus implacables enemigos aumentaba más aún. Todos habían oído las terribles historias de asesinatos perpetrados a medianoche, cuyos autores principales habían sido los indios.

 

El terror invadió a todos los colonos. Muchos pensaban que las posesiones de

Inglaterra en América estaban perdidas. Al saberse en el fuerte que se había visto al general Montcalm subiendo hacia el Champlain con un ejército muy numeroso, nadie puso en duda la veracidad de la noticia.

 

Al atardecer de un día de verano llegó un mensajero indio con una carta del comandante Munro, que dirigía una obra que se construía a orillas del "lago sagrado". Munro pedía un refuerzo considerable lo antes posible. La distancia entre estos dos puestos era de unas cinco leguas. Los británicos habían dado a una de estas fortalezas de la selva el nombre de William Henry y a la otra, el de fuerte Edward, en honor de dos príncipes de la familia reinante.

 

Munro comandaba el primero de estos dos fuertes, con un regimiento de soldados de línea y un destacamento de tropas provinciales, fuerzas escasas para hacer frente al formidable ejército de Montcalm. En el fuerte Edward, el general Webb tenía bajo su mando un ejército de cinco mil hombres. Uniendo los destacamentos a su mando, Webb podía casi duplicar las fuerzas del francés, quien se había aventurado lejos de sus bases, con un ejército no tan numeroso.

 

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

 

http://dgb.conaculta.gob.mx/coleccion_sep/libro_pdf/31000000306.pdf


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