Un saldo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
Los pechos privilegiados
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
Personajes que intervienen:
El REY don Alfonso de León, galán.
Don RODRIGO de Villagómez, galán.
El rey don SANCHO, galán.
Don RAMIRO, galán.
El CONDE Melendo, viejo grave.
Don BERMUDO, su hijo.
NUÑO, criado del Conde.
CUARESMA, gracioso.
Doña LEONOR, dama.
Doña ELVIRA, dama.
JIMENA, villana.
Un PAJE.
Don MENDO, cortesano.
Otro CORTESANO.
FORTÚN, criado del rey don Sancho.
Dos VILLANOS.
ACTO PRIMERO
Salen el CONDE y RODRIGO
RODRIGO: Famoso Melendo, conde
de Galicia, no penséis
que la pretensión que veis
sólo al amor corresponde
de mi adorada Leonor;
que vuestra firme amistad
tiene más autoridad
en mi pecho que su amor.
Por esto me resolví
a lo que el alma desea,
porque parentesco sea
lo que amistad hasta aquí.
CONDE: Bien pienso, noble Rodrigo
de Villagómez, que estáis
seguro de que gozáis
el primer lugar conmigo
de amistad; bien lo he mostrado
con una y otra fineza,
pues yo he sido de su alteza
ayo, tutor y privado;
y aunque el amor he entendido
que os tiene su majestad,
estimo vuestra amistad
tanto, que no me han movido
a que de él quiera apartaros
los celos de su privanza;
que ésta es la mayor probanza
que de mi fe puedo daros;
que es alta razón de estado,
si bien no conforme a ley,
no subir cerca del rey
competidor el privado;
porque la ambición inquieta
es de tan vil calidad,
que ni atiende a la amistad,
ni el parentesco respeta.
Mas aunque es tan verdadera
mi amistad, no por amigo
me obligáis; que por Rodrigo
de Villagómez os diera
también de Leonor la mano,
alegre y desvanecido
de lo que con tal marido
gana mi hija, y yo gano.
RODRIGO: Las plantas, Melendo, os beso
por la merced que me hacéis.
CONDE: Alzad, alzad; que ofendéis
vuestra estimación con eso,
pues ni el reino de León
ni España toda averigua
o calidad más antigua,
o más ilustre blasón
que vuestra prosapia ostenta;
a quien, para eternizallos,
dan fuerza tantos vasallos,
y tantos lugares renta.
RODRIGO: Todo, gran Melendo, es poco
para que alcanzar pretenda
de vuestra sangre una prenda,
cuyo bien me vuelve loco.
Y así, con vuestra licencia,
al Rey la quiero pedir;
que no basta a resistir
al deseo la paciencia.
CONDE: Y yo llevar al instante
la alegre nueva a Leonor,
de que es mi amigo mayor
su más verdadero amante.
Vase el CONDE
RODRIGO: En tanto bien, pensamiento,
¿qué resta que desear,
sino sólo refrenar
los impulsos del contento?
Que, según del alma mía
la capacidad excede,
como la tristeza puede
matar también la alegría.
Al rey quiero hablar. Él viene.
Su licencia y mi ventura
la esperanza me asegura
en el amor que me tiene.
Sale el REY
REY: ¡Rodrigo!
RODRIGO: ¡Señor!
REY: Agora
a buscaros envïaba;
que ya sin vos dilataba
a muchos siglos un hora.
RODRIGO: ¿Cuándo pude merecer,
señor, gozar tan crecido
favor?
REY: A tiempo he venido
en que el vuestro he menester.
RODRIGO: Hoy mi ventura de nuevo
comenzaré a celebrar,
si en algo empiezo a pagar
lo mucho, señor, que os debo.
REY: En algo no; en todo, amigo,
me dará por satisfecho.
RODRIGO: Acabe, pues, vuestro pecho
de ser liberal conmigo.
REY: Yo estoy —por decirlo todo
de una vez— enamorado;
y es tan alto mi cuidado,
que no puedo tener modo
de remediar mi pasión
si vos no sois el tercero,
porque las prendas que quiero,
prendas de Melendo son.
RODRIGO: (¡Ay de mí! Leonor será: Aparte
¿quién lo duda?)
REY: Vos, Rodrigo,
sois tan familiar amigo
del conde, que no podrá
darme mayor confïanza
otro que vos, ni tener
ocasión de disponer
los medios a mi esperanza,
que oomo a su bien mayor,
a los favores aspira
de la hermosa doña Elvira.
RODRIGO: (Cobró la vida mi amor.) Aparte
REY: Éste es el bien que pretendo
por vuestra mano alcanzar.
RODRIGO: ¿Teméis que os ha de negar
la de su hija Melendo,
si os queréis casar, señor?
Declaraos con él; que es cierto
que alcanzaréis por concierto
lo que intentáis por amor.
REY: ¿En tan poco habéis creído
que me estimo, que os pidiera,
si ser su esposo quisiera,
el favor que os he pedido?
RODRIGO: ¿Y en tan poca estimación
os tengo yo, que debía
presumir que en vos cabía
injusta imaginación?
¿Y en tan poco me estimáis,
o me estimo yo, que crea
que para una cosa fea
valeros de mi queráis?
Y al fin, ¿tan poco entendéis
que estimo al conde, que entienda
que vuestra afición le ofenda,
si ser su yerno podéis?
REY: A mí y al conde y a vos,
Rodrigo, estimar es justo;
mas ni tiene ley el gusto,
ni razón el ciego dios.
Y cuando Sancho Garcia,
conde de Castilla, intenta
--porque así la paz aumenta
entre su gente y la mía--
darme de doña Mayor,
su hermosa hija, la mano,
y el leonés y el castellano
tuvieran por loco error,
pudiendo, no efectuallo,
¿con qué disculpa o qué ley
trocará su igual un rey
por la hija de un vasallo?
RODRIGO: Pues si en eso correspondo
a la razón vuestro pecho,
¿Por qué también no lo ha hecho
para no ofender al conde?
REY: Porque lo primero fundo
en buena razón de estado,
y en estar enamorado,
que es sinrazón, lo segundo.
Esto habéis de hacer por mí,
si es que mi vida estimáis,
y si el lugar deseáis
pagar que en el alma os di.
RODRIGO: Señor, mirad.
REY: Ciego estoy.
No me aconsejéis, Rodrigo.
Esto haced, si sois mi amigo.
RODRIGO: Alfonso, porque lo soy,
os pongo de la verdad
a los ojos el espejo;
que se ve en el buen consejo
la verdadera amistad.
REY: Yo me doy por advertido,
y del consejo obligado;
mas pues habiéndole dado,
con quien sois habéis cumplido,
determinándome yo
a no tomarle. Rodrigo,
debe ayudarme mi amigo
a lo mismo que culpó.
RODRIGO: Nunca disculpa la ley
de la amistad el error.
REY: ¿Discülpa queréis mayor
que hacer el gusto del rey?
RODRIGO: Antes seré más culpado,
y de eso mismo se arguye,
porque del rey se atribuye
siempre el error al privado.
Y con razón; que es muy cierto
que el divino natural
que da la sangre real
no puede hacer desacierto,
si al genio bien inclinado
de quien sólo bien se aguarda,
hacen dos ángeles guarda
y aconseja un buen privado.
REY: Líbreos Dios que la pasión
del amor sujete al rey;
que ni hay consejo ni ley,
ni sangre ni inclinación;
antes llega a enfurecer
con tanta mayor violencia,
cuanto mayor resistencia
tuvo el amor que vencer.
Y puesto que me venció,
y he llegado a resolverme,
os toca ya obedecerme,
si aconsejarme os tocó.
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