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domingo, 7 de junio de 2015

''Me llamo Rojo'', Orhan Pamuk. Novela

 

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

 

Me llamo Rojo

Orhan Pamuk

 

 

 

 

1. Estoy muerto

 

 

Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo pero, exceptuando al miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido. En cuanto a él, ese repugnante villano, escuchó mi respiración y comprobó mi pulso para estar bien seguro de que me había matado, luego me dio una patada en el costado, me llevó hasta el pozo, me alzó por encima del brocal y me dejó caer. Mi cráneo, que antes había roto con una piedra, se destrozó al caer al pozo, mi cara, mi frente y mis mejillas se fragmentaron hasta el punto de desaparecer; se me rompieron los huesos, mi boca se llenó de sangre.

 

Llevo cuatro días sin volver a casa: mi mujer y mis hijos deben de estar buscándome. Mi hija, agotada de tanto llorar, estará vigilando la puerta del jardín; todos estarán en el umbral con la mirada en el camino.

 

Tampoco sé si realmente están en la puerta. Quizá ya se hayan acostumbrado a mi ausencia, ¡qué espanto! Porque cuando uno está aquí tiene la impresión de que la vida que ha dejado atrás sigue adelante como solía. Antes de que naciera había a mis espaldas un tiempo infinito. Y ahora, después de muerto, ¡un tiempo inagotable! No pensaba en eso mientras vivía; vivía rodeado de luz entre dos tiempos oscuros.

 

Era feliz, creo que era feliz; ahora lo comprendo: yo era quien hacía las mejores iluminaciones del taller de Nuestro Sultán y no había nadie cuya maestría se aproximara siquiera a la mía. Con los trabajos que hacía fuera conseguía novecientos ásperos al mes. Por supuesto, eso hace que mi muerte sea aún más insoportable.

 

Sólo me dedicaba a ilustrar y a iluminar: adornaba los márgenes de las páginas, coloreaba el interior de los encuadres y dibujaba en ellos hojas, ramas, rosas, flores y aves multicolores; nubes rizadas al estilo chino, hojas entrelazadas, bosques de colores y gacelas, galeras, sultanes, árboles, palacios, caballos y cazadores que se escondían en ellos... Antiguamente a veces decoraba un plato; a veces la parte posterior de un espejo, el interior de una cuchara, el techo de una mansión o un palacete en el Bósforo, a veces un arcón... En los últimos años sólo trabajaba en páginas de libros porque Nuestro Sultán pagaba grandes cantidades de dinero por los libros ilustrados. No es que vaya a decir que al enfrentarme a la muerte comprendiera que el dinero no tiene la menor importancia en la vida. Incluso cuando uno ya no está vivo sigue siendo consciente de la importancia del dinero.

 

Viendo este milagro, el que podáis oír mi voz a pesar de la situación en que me encuentro, sé que pensaréis lo siguiente: Déjate ya de cuánto ganabas en vida. Cuéntanos lo que ves ahí.  ¿Qué hay después de la muerte? ¿Dónde está tu alma? ¿Cómo son el Cielo y el Infierno? ¿Qué es lo que ves allí? ¿Cómo es la muerte? ¿Duele? Tenéis razón. Sé que mientras uno está vivo siente una enorme curiosidad por lo que pasa en el otro lado. Contaban una historia de un hombre que movido simplemente por dicha curiosidad se dedicaba a vagar entre cadáveres por sangrientos campos de batalla... A aquel hombre que buscaba entre los guerreros agonizantes alguno que hubiera muerto y resucitado y pudiera desvelarle el secreto del otro mundo, los soldados de Tamerlán lo tomaron por un enemigo y lo partieron en dos de un solo tajo y él creyó que a uno lo parten en dos en el otro mundo.

 

Nada de eso. Incluso podría decir que las almas partidas en dos en el mundo se unen aquí. Pero, gracias a Dios, existe el otro mundo a pesar de lo que afirman los infieles impíos, los ateos y los blasfemos que obedecen al Demonio. El hecho de que os hable desde allí es la prueba de su existencia. He muerto, pero, como veis, no he desaparecido. Por otra parte, me veo obligado a confesar que no me he encontrado los palacetes de plata y oro bajo los cuales fluyen arroyos, los árboles de grandes hojas y frutos maduros, ni las hermosas vírgenes que menciona el Sagrado Corán. Sin embargo, recuerdo bien cuántas veces y con cuánto placer dibujé esas huríes del Paraíso de enormes ojos que se describen en la azora del Acontecimiento. Y, por supuesto, tampoco me he encontrado esos cuatro ríos de leche, vino, agua dulce y miel que describen con tanta amplitud y dulzura visionarias como Ibn Arabi y no el Sagrado Corán. Pero, como no quiero arrastrar a la incredulidad a nadie que, razonablemente, viva con la esperanza y la ilusión del otro mundo, tengo que advertir de inmediato que todo esto se debe a mi situación particular: cualquier creyente con un mínimo de conocimiento sobre la vida después de la muerte acepta que alguien tan atormentado como yo y, además, en la situación en que me hallo tendrá grandes dificultades para ver los ríos del Paraíso.

 

 

 

Para descargar el libro completo:

 

https://cncihumanidadesysociales.files.wordpress.com/2012/10/me-llamo-rojo_orhan-pamuk.pdf

 


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La libertad no hace felices a los humanos..., simplemente los hace humanos.

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