Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.
Ángeles y demonios
Dan Brown
Cuando Kohler y Langdon salieron del complejo principal del CERN al sol de Suiza, Langdon se sintió transportado a casa. El panorama que se extendía ante él parecía un campus universitario de cualquiera de las más prestigiosas instituciones educativas de la costa Este de Estados Unidos.
Una pendiente cubierta de hierba descendía hasta una planicie donde crecían bosquecillos de arces en cuadriláteros bordeados de edificios residenciales de ladrillo y senderos peatonales. Individuos con pinta de estudiosos entraban y salían de los edificios, cargados con libros. Como para acentuar la atmósfera universitaria, dos hippies melenudos se lanzaban un frisbee, mientras disfrutaban de la Cuarta sinfonía de Mahler, que surgía a todo volumen por la ventana de un dormitorio.
—Son las viviendas de los residentes —explicó Kohler, mientras aceleraba la silla de ruedas en dirección a los edificios—. Tenemos más de tres mil físicos aquí. Sólo el CERN emplea más de la mitad de los físicos de partículas del mundo. Las mentes más brillantes del planeta: alemanes, japoneses, italianos, holandeses, lo que quiera. Nuestros físicos representan a más de quinientas universidades y sesenta nacionalidades.
Langdon se quedó asombrado.
— ¿Cómo se comunican?
—En inglés, por supuesto. El idioma universal de la ciencia.
Langdon siempre había oído que las matemáticas constituían el idioma universal de la ciencia, pero estaba demasiado cansado para discutir. Siguió obediente a Kohler.
A mitad de camino, un joven pasó corriendo. Su camiseta proclamaba: "¡Sin TGU no hay gloria!"
Langdon le siguió con la mirada, intrigado.
— ¿TGU?
—Teoría General Unificada —explicó Kohler—. La teoría de todo.
—Entiendo —dijo Langdon, que no entendía nada.
— ¿Sabe algo de la física de partículas, señor Langdon?
Langdon se encogió de hombros.
—Sé algo de la física general: la caída de los cuerpos, esas cosas. —Sus años de buceador le habían inducido un profundo respeto por el asombroso poder de la aceleración gravitacional—. La física de partículas se ocupa del estudio de los átomos, ¿verdad?
Kohler negó con la cabeza.
—Los átomos son como planetas comparados con lo que nosotros estudiamos.
Nuestro interés se centra en el nucleus del átomo, una mera diezmilésima parte del tamaño total. —Tosió de nuevo, como si estuviera enfermo—. Los hombres y mujeres del CERN están aquí para encontrar respuestas a las mismas preguntas que el hombre se ha planteado desde el principio de los tiempos. ¿De dónde venimos? ¿De qué estamos hechos?
—¿Y esas respuestas se encuentran en un laboratorio de física?
—Parece sorprendido.
—Lo estoy. La pregunta parece de tipo espiritual.
—Señor Langdon, todas las preguntas fueron de tipo espiritual en su momento. Desde el principio de los tiempos, la espiritualidad y la religión se han utilizado para llenar los huecos que la ciencia no comprendía. La salida y la puesta de sol se atribuyeron en otro tiempo a Helios y un carro de fuego. Los terremotos y los maremotos eran la ira de Poseidón. La ciencia ha demostrado ahora que esos dioses eran ídolos falsos. Pronto, demostraremos que todos los dioses son falsos ídolos. La ciencia ha proporcionado respuestas a casi todas las preguntas que el hombre puede formular. Sólo quedan unas cuantas, y son las esotéricas. ¿De dónde venimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida y del universo?
Langdon estaba asombrado.
—¿Son éstas las preguntas que intenta contestar el CERN?
—Le corrijo: éstas son las preguntas que estamos contestando.
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.
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—Leonardo era un sacerdote católico —dijo Kohler.
Langdon se volvió.
—¿Un sacerdote? ¿No dijo que era físico?
—Ambas cosas. La combinación de científico y religioso abunda en la historia. Leonardo era un ejemplo. Consideraba a la física «la ley natural de Dios». Afirmaba que la caligrafía de Dios era visible en el orden natural que nos rodea. Mediante la ciencia, aspiraba a demostrar la existencia de Dios a las masas dubitativas. Se consideraba un teofísico.
¿Teofísico? Langdon pensó que era un oxímoron [palabras opuestas] imposible.
—En los últimos tiempos, el campo de la física de partículas ha hecho descubrimientos sorprendentes, descubrimientos de implicaciones muy espirituales. Leonardo fue responsable de muchos de ellos.
Langdon estudió al director del CERN, mientras intentaba asimilar todavía el peculiar entorno.
—¿Espiritualidad y física?
Langdon había pasado su carrera estudiando historia de las religiones, y si existía un tema recurrente, era que la ciencia y la religión habían sido como agua y aceite desde el primer día... Archienemigas.
—Vetra caminaba en el filo de la física de partículas —dijo Kohler—. Estaba empezando a fundir ciencia y religión, demostrando que se complementaban de formas insospechadas. Llamaba a este campo Nueva Física
Kohler sacó un libro de una estantería y se lo dio a Langdon.
Langdon estudió la portada. Dios, milagros y la Nueva Física, por Leonardo Vetra.
—El campo es pequeño —dijo Kohler—, pero está aportando respuestas nuevas a preguntas viejas, preguntas sobre el origen del universo y las fuerzas que nos sojuzgan. Leonardo creía que su investigación poseía el potencial de convertir a millones de personas a una vida más espiritual. El año pasado, demostró de manera categórica la existencia de una energía que nos une a todos. Demostró que todos estamos conectados físicamente, que las moléculas de su cuerpo están entrelazadas con las moléculas del mío, que una sola fuerza actúa en el interior de todos nosotros...
Langdon se sintió desconcertado. Y el poder de Dios nos unirá.
—¿El señor Vetra descubrió una forma de demostrar que las partículas están conectadas?
—Pruebas concluyentes. Un reciente artículo del Scientific American saludaba a la Nueva Física como un camino más seguro que la religión para llegar a Dios.
Para descargar el libro completo:
http://www.unicux.com/media/d0413b07f00bdd1b328246c672b3848af02f2d9c/20110406233653.pdf
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